¿Podrías ser una mujer samurai?

El término Onna-bugeisha significa “maestra de las artes marciales”. En el Japón feudal, estas mujeres eran entrenadas en el uso de las armas para proteger a su familia y el honor en tiempos de guerra. Sin embargo, luego de esta época fue poco frecuente ver mujeres en el campo de batalla, y la idea del rol de la mujer se construyó semejante a la de otras culturas: obedientes, frágiles y vulnerables.

Tiempo antes que la clase samurai se hiciera famosa, los luchadores japoneses eran entrenados para manejar espada y lanza, mientras que las mujeres aprendieron a usar la naginata (arma larga con una hoja a filada en la punta), el kaiken (daga), y el arte de Tanto Jutsu (cuchillo). Las armas cortas les servían por ser fáciles de esconder, mientras que la naginata compensaba -con el largo del arma- la fuerza física que la mujer no tenía.

En el período Edo, el rol de la mujer guerrera empezó a desaparecer, ya que empezó a considerarse al matrimonio como un pilar social, y a la mujer como simple procreadora.

Pero es en medio de ésta época que apareció la emperatriz Jingu (169-269), esposa del emperador Chuai. La leyenda dice que usaba un par de joyas divinas para controlar la marea y que eso la ayudó en la invasión a Corea, que fue exitosa, en el año 200. Según la historia, no se derramó ni una gota de sangre japonesa en esa lucha. También se dice que su hijo Ojin (que nació luego de la guerra) estuvo en su vientre durante los tres años que duró la lucha.

Jingu fue la primera mujer en aparecer en un billete de banco de Japón, en 1881. Al día de hoy no existen más imágenes suyas. Se desconoce dónde se encuentran sus restos, pero se designó una tumba en la ciudad de Nara como lugar de reposo y oración.

Las Onna-geishas marcaron el destino de Japón, aunque hoy estén un tanto olvidadas. Por momentos, ¿no te sentís un poco samurai en tu realidad cotidiana?