Hay historias que no empiezan en un hogar confortable ni en la guardia de una clínica esperando con ansias a recibir al recién nacido. Esta historia empieza en la calle, con frío, con hambre, con un nene buscando entre los restos de lo que otros tiraban. Así había comenzado la historia de Danilo o "Choclo" como lo llamaba su papá del alma, Alejandro Cardona.
BigBang habló con ellos para conocer los detalles de una historia que conmueve, interpelaba y recuerda que la empatía puede cambiar destinos. Era un día cualquiera cuando Alejandro, boxeador amateur de Longchamps, había salido a correr sin imaginar que ese tramo lo llevaría directo hacia su propósito.
En una esquina, vio a un nene revolviendo la basura. Quiso advertirle del peligro de estar en la calle en plena pandemia: "Andate a tu casa, que hay un virus matando gente", le dijo. Pero la respuesta del chico lo dejó sin aire y con la cabeza llena de pensamientos: "Estoy laburando, compa. No me jodas".
Esa frase fue una puñalada al corazón. Detrás de ese nene con la mirada endurecida había una historia de abandono y supervivencia. Pero también, sin saberlo, un lazo por nacer: "Nos salvamos mutuamente", diría años después Cardona. Y tenía razón: el hombre que corría para despejar la cabeza terminó corriendo al lado de un chico que aprendía a vivir.
Alejandro no dudó. Lo invitó al gimnasio, le propuso entrenar boxeo. Choclo aceptó sin dudar. En ese ring encontró mucho más que un deporte: encontró un refugio: "Al principio venía todos los días", recordó el boxeador, y continuó: "Llegaba a las ocho de la mañana y se quedaba hasta que caía la noche. Yo le invitaba a irse, pero al otro día volvía a aparecer. Así empezó todo",
Mientras creía estar ayudando a un chico, en realidad era ese nene quien lo estaba ayudando: "Mejor plan de pandemia no tenía. Me divertía mucho con él: era un loco, divertido, simpático. Se ganó mi cariño y el de mucha gente".
Entre mates, charlas y risas, se fue construyendo una familia. No por papeles, sino por elección. "Yo hablé con el padre, hablamos los dos, hablé con el padre y pudimos hacer... Adoptar legalmente no se puede, o sea, yo no puedo adoptarlo legalmente porque es todo un proceso donde él tiene padre, tengo que entrar en jurisdicción, como en un juicio, así fue lo que me explicaron, es un proceso largo", relató Alejandro sobre los aspectos legales de criar al niño al que decidió darle un techo, escolarizarlo y enseñarle valores como el esfuerzo y el trabajo.
"Lo que yo tengo es una guarda, una guarda para estar tranquilo y que no tenga consecuencias", explicó ante la imposibilidad de adoptarlo legalmente.
Un pasado duro, un presente con ilusión
Danilo había crecido en un hogar atravesado por la adicción y el abandono. Sin contención, buscaba cobre en la basura para vender y poder comer. Hoy, ese pasado parecía un eco lejano frente a un presente lleno de rutinas, afecto y disciplina: "Antes no tenía celular, ahora tengo un celular. Antes no podía jugar a la computadora, antes no tenía computadora y ahora puedo jugar. Y mi deporte favorito es el boxeo", enumeró con orgullo.
Habló con naturalidad de lo que antes había sido su trabajo: "Quemaba cobre. Lo vendía y hacía plata." Ahora, en cambio, vive bajo un techo donde hay reglas, horarios y amor: "Me preguntan, ¿a dónde vas? Pedir permisos, esto, aquello, y yo no sé, yo le digo, 'voy a vas a salir' ¿Dónde? Decime, ¿en qué casa? Hasta tal horario, yo tengo un horario para llegar a casa", contó sobre los límites que tenía ahora en la convivencia.
Danilo, ya adolescente, irradia vitalidad y disciplina, aunque arrastra un pasado que parece contradecir su sonrisa constante. A los chicos que todavía estaban en la calle, les hablaría con empatía: "Yo me sentaría, le llevaría una botella con agua para que tome y le preguntaría cómo está, ¿todo bien? Y ahí lo invito a hacer boxeo si quiere".
"Al principio era ir enseñándole un montón de cosas, obviamente que es ya grandecito y va entendiendo todo, o sea, la limpieza, el orden, el cocinar, el qué comemos hoy, que nos guste a los dos, ponernos de acuerdo en un montón de cosas", relató el adulto, que no solo aprendió a ser papá sino también a convivir: "Fue algo que lo fuimos haciendo crecer y fue bastante sencillo dentro de todo, fue fácil porque él ya estaba grandecito, era bastante pillo, inteligente y se dejaba llevar bien para una buena convivencia".
La historia de Choclo se volvió viral cuando subió un video para el trend de TikTok "En otra vida". En el audiovisual se imaginaba una vida distinta, donde sus papás biológicos no estaban en situación dedición o sus hermanos no salían a robar. Cuando lo vio terminado, dijo: "Nada, no sentí nada. Entonces, como yo no sé llorar, lo miré y lo terminé".
El Choclo no llora, dijo él: "No sé llorar." Su papá lo miró con ternura: "Él no llora, él no llora. Es un tipo muy duro". Alejandro, en cambio, sí se conmovió: "A mí me impacta bastante. A pesar de todo, él sigue sonriendo y es un residente de la vida. Y va anunciando, como que su llegada va a marcar un antes y un después de los que se quejan y los que no se quejan".
Ve en él a un espejo de resiliencia, capaz de inspirar a una sociedad que vive en la queja rutinaria: "O sea, como uno dice, no, hoy se me rompió el auto, hoy me dejó con el tío. Y fijate que no hace problema el tío de otra gente. Y sigue sonriendo la vida y sigue saliendo adelante. Y lo puede contar y puede salir."
Cuando BigBang consultó cómo le explicó a un adolescente que no debía esperar otra vida para cumplir sus sueños, el boxeador amateur contestó que fue con la "disciplina": "No tiene que ser en otra vida, tiene que ser en esta misma vida, podemos cambiar todas nuestras cosas, cumplir todos nuestros sueños". Además, reconoció que le ensaña el valor de la unidad y la familia, y que apoyándose en quienes más quiere puede lograr grandes cosas.
Entre padre e hijo hay una filosofía que se volvió lema: "El cielo es el límite". Alejandro mostró cómo alienta al Choclo: "Vamos para adelante, vamos para adelante siempre. Siempre hay que apoyar, apoyar, apoyar. Y no solo es el apoyo, sino que es el trabajo duro. Si vos querés hacer algo, tenés que hacerlo, enfocarte y trabajarlo. Porque no viene acostado en la cama", comenzó y remarcó que nadie te regala las cosas, sino que hay que conseguirlas con el esfuerzo y trabajo duro: "El cielo es el límite. Mientras tanto, uno tiene que trabajarlo para llegar hasta el cielo". Su papá cree que el futuro de Danilo recién empieza: "Y el Choclo dentro de unos años va a ser un tipo muy exitoso. Va a ser un gran boxeador. Y seguramente se hará alguna película sobre su vida."
Cuando Alejandro mira hacia atrás, se emociona: "A veces veo las fotos de él más chico. Yo también era muy chico cuando lo conocí a él. Tenía 23 años. Y bueno, me da gusto. Me da orgullo haber tenido coraje en ese momento. Haber tenido huevos. Porque simplemente se necesitaba eso: valentía, coraje", reflexionó que hubo momentos que dudó de estar haciendo las cosas bien pero sin pensarlo demasiado siguió: "Y en ese fue el momento más valiente de mi vida. Y me siento muy contento, muy orgulloso de todo lo que crecimos. De todo lo que avanzamos. Y bueno, vamos por más. Siguen muchísimas metas más que por cumplir".
Antes de despedirse, dejó una reflexión para quienes miran hacia otro lado: "Yo le diría que si ven un niño, mínimamente se detengan un segundo. A escuchar algo. A invitarlo a una botella con agua. Lo más mínimo, y quizás puedan cambiar su vida", invitó a una sociedad sumergida en sí misma a mirar a los que necesitaban, no solo económicamente, sino aquellos que carecen de un mimo al alma: "Con detalles mínimos como eso. Hay que ser empático. Y hay que pensar un poco en el otro. El otro no tiene la suerte que tenemos nosotros. De tener un techo, una comida y una heladera. Hay que guardar cada detalle. Y si se le puede dar una mano a alguien, se le da. Muchas noticias malas andan circulando y tiene que salir alguna buena entre tantas malas".
Al final, la historia de Alejandro y Choclo recuerda que no hace falta ser héroe para cambiar una vida: basta con parar, mirar, dar una mano. En un mundo que muchas veces elige mirar para a un costado, ellos demuestran que la empatía puede construir hogares, que la disciplina puede torcer destinos y que los sueños no son un privilegio, sino un derecho. Porque cuando alguien cree en otro, cuando se elige acompañar en lugar de juzgar, la vida entera puede transformarse.