El silencio en el sexto piso del edificio de Aguirre al 295, en el corazón de Villa Crespo, escondía una escena imposible de imaginar. El miércoles al mediodía, una empleada doméstica que ingresó como lo hacía cada semana, se topó con el infierno: los cuatro miembros de la familia Seltzer-Leguizamón yacían sin vida, desperdigados en distintas habitaciones del departamento. Había sangre, había desesperación y una carta manchada de rojo.
Una carta con gotas de sangre, escrita con trazos temblorosos, desesperados, donde se leía: "Íbamos a la calle". Según confirmaron fuentes policiales, Laura Leguizamón, de 51 años, es la principal sospechosa del crimen que terminó con la vida de su esposo, Adrián Seltzer, y de sus dos hijos: Ian, de 15, e Ivo, de apenas 12. Todo indica que, en medio de un brote psicótico provocado por un trastorno psiquiátrico que arrastraba desde hacía al menos dos años, Laura cometió el crimen.

Luego, habría escrito una desgarradora carta y se quitó la vida. El cuerpo del más pequeño, Ivo, fue hallado en el pasillo. Todo sugiere que intentó escapar. El mayor, Ian, murió en el comedor. Había corrido herido desde su habitación, donde comenzó el ataque, pero fue alcanzado y rematado allí. Ambos tenían múltiples heridas de arma blanca en el pecho y en la espalda, signos de defensa en las palmas y en los brazos. Lucharon. No entendieron por qué. No hubo tiempo.
En el baño, recostada sobre el bidet, estaba Laura. Las heridas que tenía en el pecho, las muñecas y el cuello eran compatibles con suicidio. También presentaba signos de haber estado en un estado alterado: lesiones en la nariz y la rodilla, pelos y pelusas en sus manos, una uña clavada en el cuello. La escena era brutal. En el dormitorio matrimonial, Adrián Seltzer, de 53 años, dormía -o estaba sedado- cuando fue apuñalado. No había signos de lucha. Recibió tres heridas letales en el pecho.
El hombre trabajaba desde su casa, acompañando a su esposa en su difícil tránsito por la enfermedad mental. Había dejado de lado parte de su vida profesional como analista de mercado de granos para sostener la otra mitad de su mundo: su familia. La carta encontrada en la cocina, escrita en una hoja oficio, con frases sueltas y desordenadas, refleja la fractura mental de Laura. "Les arruinaba la vida", "Fue mucho", "Lo siento", "Los amo", "Con lo que iban a pasar, todo mal, muy perverso".
Así, intercalando letras mayúsculas de imprenta con trazos cursivos, como si varias manos la hubieran escrito o como si la desesperación se hubiera expresado con una mente rota, la nota fue el último rastro de humanidad antes de la masacre. Fuentes policiales explicaron que la redacción refleja contacto con la realidad. No fue una acción inconsciente: hubo conciencia del horror que se estaba cometiendo. Las manchas de sangre sugieren que el escrito fue redactado después de los homicidios.
El desgarrador "LO SIENTO" escrito al pie de la hoja resume todo el espanto en dos palabras. La investigación, liderada por el fiscal César Troncoso, apunta con firmeza a un caso de homicidio intrafamiliar seguido de suicidio. La escena no presentaba signos de robo, ni puertas forzadas. Todo ocurrió puertas adentro. Todo ocurrió en el seno de una familia que, desde afuera, parecía mantenerse unida frente a la adversidad, pero que por dentro, se desmoronaba bajo el peso invisible de una enfermedad no atendida a tiempo. Según allegados, Laura había tenido un primer episodio psiquiátrico dos años atrás. Se pensó que era un pico de estrés.
Con medicación, se recompuso. Pero hace dos meses comenzó una recaída profunda. Apenas podía levantarse de la cama. Su esposo intentó sostenerla. No alcanzó. "La estaban por atender en un centro especializado, habían pedido turno", dijeron las fuentes. Pero la ayuda llegó tarde. Hoy, Villa Crespo sigue de duelo. Los vecinos del edificio, conmocionados, aún no comprenden la magnitud del horror. La carta, la sangre, el silencio, los cuerpos. Todo quedó ahí, como testimonio final de una tragedia que nadie vio venir. Una familia que ya no está. Una advertencia estremecedora. Y una sociedad que, una vez más, llega tarde.