Natalia Oreiro atraviesa un gran presente profesional con el estreno de La mujer de la fila, la película dirigida por Benjamín Ávila que explora la vida de las familias de personas detenidas en Argentina. En medio de la vorágine de entrevistas y avant premieres, la actriz compartió una anécdota tan curiosa como reveladora: un médico le aconsejó abandonar la actuación porque, al revisarla, detectó que su cuerpo estaba demasiado triste. "Una vez me dijo un médico, que era japonés y no sabía quién era yo, que yo estaba muy triste. Era un médico, un iridólogo...", relató Oreiro en una charla con El País.
La especialista, que analizaba el iris de su ojo, insistía en que su estado anímico era crítico: "Está llorando mucho todos los días porque tiene una circunstancia. Cambie de profesión". La actriz, sorprendida, le explicó que no estaba atravesando un mal momento personal, sino que se encontraba en pleno rodaje de una serie donde su personaje vivía situaciones muy dolorosas y que, por ese motivo, tenía las emociones a flor de piel. "Yo le decía: 'No, yo estoy bien'. Pero insistía con eso, hasta que le dije: '¡Ah, no! Yo soy actriz y mi personaje está llorando mucho todos los días porque tiene una circunstancia'", contó
El médico, lejos de conformarse con la explicación, le devolvió una reflexión inesperada: "Usted le manda una información al cerebro o a su cuerpo de que está llorando y está sufriendo, y su cuerpo no puede decir: 'Ah, porque usted es actriz'. No lo puede disociar".Con el tiempo, Oreiro resignificó aquella consulta y la vinculó con una advertencia más general sobre los contenidos que consumimos a diario: "Si ves películas de terror o mucho noticiero violento, donde todo es violencia, te genera esa sensación. Hay que tener cuidado con lo que uno ve". Mientras reflexiona sobre esa experiencia, la uruguaya celebra la recepción de La mujer de la fila.
El film basado en hechos reales expone el impacto del sistema penitenciario argentino en la vida de las familias. El guion recupera testimonios de mujeres que acompañaron a sus hijos presos y que, en su tránsito por las cárceles, construyeron redes de apoyo en medio de la humillación y la adversidad. El caso que inspiró la historia es el de Andrea Casamento, quien en 2004 vio cómo su hijo Juan era arrestado por error y acusado de un robo que nunca cometió.
El presunto botín: cuatro empanadas. Tras seis meses en prisión, fue liberado al probarse su inocencia, pero la experiencia marcó para siempre a su familia. Hoy, mientras la película suma elogios y despierta debate, Oreiro demuestra que su oficio sigue intacto. Y aunque un médico le haya sugerido alguna vez "cambiar de profesión", ella sigue convencida de que la actuación, con todo lo que implica, es también una forma de transformar el dolor en arte.