El reencuentro entre Eugenia Ruiz y su hijo Felipe en la casa de Gran Hermano generó una fuerte ola de emoción entre los seguidores del reality, pero también encendió una serie de críticas y cuestionamientos éticos y legales hacia la producción del programa. Como ya ocurrió en ediciones anteriores, el uso de menores en horarios de protección al menor generó un sinfín de cuestionamientos. El emotivo abrazo entre madre e hijo, que conmovió a buena parte de la audiencia, fue empañado por una serie de irregularidades. El primero, y más evidente, es legal: el ingreso de un menor de edad a un programa transmitido en vivo entre las 22 y las 8.
Esto viola directamente el Artículo 68 de la Ley N° 26.522 de Servicios de Comunicación Audiovisual. Así lo denunció el periodista Nacho Rodríguez en sus redes sociales, recordando que no es la primera vez que Gran Hermano incurre en esta infracción: "Dos veces cometiendo la misma burrada", escribió, en referencia al episodio similar ocurrido en 2023 con Romina Uhrig y sus tres hijas. El otro foco de la polémica surge del comportamiento de Eugenia Ruiz durante la visita.
En medio de las lágrimas y las muestras de afecto, la participante realizó varias preguntas que, según los seguidores del programa, rozaron el límite de lo permitido en el formato. "¿Me extrañás mucho? Si me extrañás, me voy del programa", le dijo a su hijo, para luego insistir: "Decime la verdad". También preguntó si se la veía "linda en la tele o hecha mier...", lo que fue interpretado como una forma de tantear su imagen pública y la percepción externa sobre su juego.
A esto se sumó un momento particularmente controvertido: durante la charla, la campera de Felipe cubrió el micrófono, lo que permitió un intercambio en voz baja que pasó desapercibido para muchos. Si bien no se escuchó el contenido, la sospecha de que la participante buscaba obtener información del exterior generó malestar en redes, donde muchos usuarios hablaron de una "picardía" para eludir el reglamento del juego.
Más allá del juego, lo que preocupa es la reincidencia de la producción en vulnerar normas que protegen a la infancia. Resta saber si las autoridades pedirán explicaciones sobre la participación del menor en un programa emitido en vivo en horario nocturno o si todo seguirá sin leyes claras. La normativa no deja lugar a interpretación: los niños menores de 12 años no pueden participar en programas entre las 22 y las 8, salvo que las escenas hayan sido grabadas fuera de ese horario y así se informe en pantalla-
Claro está, nada de esto ocurrió. La justificación emotiva no puede eclipsar una realidad: exponer a un niño a la presión mediática y al escrutinio público, en un entorno artificial y altamente guionado como Gran Hermano, es una decisión editorial que tiene consecuencias. La imagen de Felipe, visiblemente incómodo por la ausencia prolongada de su madre -"Me dijiste que te ibas tres semanitas", reclamó con inocencia-, fue un golpe de realidad para la audiencia, pero también una señal de alerta sobre cómo los límites éticos se difuminan cuando la televisión busca conmover, a cualquier costo.
El hecho de que el niño haya mencionado lo que se le prometió y que su madre lo haya incentivado a "decir la verdad" plantea dudas sobre las intenciones detrás del reencuentro. ¿Fue un gesto espontáneo de amor materno o un recurso emocional enmarcado dentro de una estrategia de juego? Esa ambigüedad deja un sabor amargo, especialmente cuando se utilizan vínculos reales para generar contenido que favorezca a determinados jugadores dentro de la competencia.
A pesar del respaldo emocional que el momento generó en muchos televidentes, la reacción en redes mostró una cara menos amable: "No aprendieron nada de la vez anterior"; "Los niños no deberían estar ahí"; "¿Dónde está el límite de lo que se puede mostrar?", fueron algunos de los comentarios que circularon con fuerza. Lo que queda en evidencia es que Gran Hermano vuelve a enfrentar el mismo problema: ¿hasta dónde se puede tensar la delgada línea entre contenido televisivo y derechos fundamentales? La respuesta, al parecer, sigue sin estar clara para quienes manejan uno de los productos más exitosos -y polémicos- de la televisión.