El cuerpo dice lo que las palabras no alcanzan. La danza como idioma universal, como espejo del alma, como relato sin texto. Esa convicción atraviesa cada una de las frases de Guido De Benedetti, coreógrafo, ex bailarín, y alma mater de la compañía GDBdanza, que este 27 y 28 de junio, y el 18 de julio, estrenará Giselle, el amor trasciende lo imposible en el Teatro Avenida. Se trata de un regreso y, a la vez, de una nueva búsqueda: hace tres décadas, De Benedetti debutaba como intérprete en esa misma obra en el Teatro Colón. Hoy vuelve, desde otro lugar, con una propuesta técnica y emocionalmente exigente.

La misma combina fidelidad al texto original con una lectura contemporánea que apuesta a la emoción y a la reflexión. "La danza también es teatro. Es teatro sin palabras", señala con firmeza en diálogo con BigBang. "Hay un idioma corporal que es universal. Cuando alguien te pregunta algo en un idioma que no entendés, respondés con gestos. Y te hacés entender. Esa es la potencia que tiene la danza. Con el cuerpo se puede contar todo: el amor, la traición, la muerte, el perdón".
Para De Benedetti, Giselle no es un ballet más. "Volver a hacerla después de tantos años tiene algo muy agradable. Porque uno ya la bailó, la conoce, la ahondó en todos sus personajes. Sale espontáneamente", confiesa. "Además, hacerla con la partitura completa de Adolphe Adam es un placer. Es una música que tiene algo cinematográfico, continuo. Adams fue sin saberlo uno de los precursores del soundtrack. Y eso me permitió desarrollar mejor a cada personaje, sin apuros, sin síntesis forzada".
En un contexto de fuerte precarización del arte escénico, De Benedetti apuesta por una producción ambiciosa, con elenco joven y funciones a sala llena. "Es difícil sostener una compañía privada sin apoyo estatal, pero el trabajo colectivo y la respuesta del público lo están haciendo posible. Esta Giselle también es un gesto de resistencia. De demostrar que la danza tiene presente, tiene vigencia, y tiene un público que la valora".
Su versión de Giselle respeta el guión original, pero introduce modificaciones que buscan reconectar con la esencia emocional del ballet. "Durante el siglo XX se fue acortando tanto la obra que se volvió casi fotográfica. Yo decidí recuperar ese flujo continuo de la partitura y eliminar la pantomima que solía ser usada en las partes no danzadas. Esas escenas las convertí en pasos de danza. Así se logra una continuidad narrativa, una línea que se siente viva, como una cámara que no corta nunca".
Pero esta apuesta no es solo estética: es también conceptual. "La técnica es solo un medio para contar. No hago técnica por técnica, sino técnica para provocar emoción. La danza no es solo destreza. Es narrativa, es dramaturgia, es una manera de pensar y sentir el mundo", señala. Y agrega: "Cuando mejor manejás el idioma corporal, más claro podés contar una historia. No se trata de deslumbrar con piruetas, sino de tocar una fibra en el espectador".
A contramano de ciertos prejuicios que ven a la danza clásica como un arte lejano o elitista, De Benedetti insiste: "Decir que la danza no es popular es ridículo. En todo el país hay academias, en cada pueblo hay niños que hacen danza. Es tan popular que se academizó. ¿Qué hizo Chopin? Valses, polonesas: ritmos populares. ¿Qué hizo Piazzolla? Academizó el tango. La cultura popular es la raíz de todo lo académico".
Esta convicción se traduce en una visión pedagógica del arte como transformador social. "Un pueblo con un alto nivel cultural tiene menos conflictos. Por eso, cuando se degrada la cultura, se degrada la calidad de vida. Se está tapando el sol con la mano. Pero la cultura es dinámica, no se puede frenar. Siempre va a encontrar su vía de expresión".
De ahí también su crítica al abandono institucional. "Hay muy pocas compañías estables. El Colón, el Teatro Argentino... y después, muy poco. Sin embargo, paradójicamente, hoy hay más oportunidades para bailarines independientes que hace 30 años. Pero eso no quiere decir que esté bien: falta mucho más apoyo, más difusión, más respeto. No solo por los artistas, sino por la sociedad entera".
¿Qué distingue a esta Giselle? "Una mayor profundidad en el desarrollo de personajes, un uso más integral de la música, y una exigencia interpretativa total", resume De Benedetti. "El intérprete no baila pasos. El intérprete narra acciones. Y para eso tiene que pensar lo que el personaje siente. Tiene que convertirse en ese personaje. La danza permite eso: encarnar emociones, sin pronunciar una palabra".
Aunque afirma que su versión no es autobiográfica, reconoce que toda obra está atravesada por la vida de quien la hace: "El amor, el desencuentro, la enfermedad, las normas sociales impuestas... todo eso me atravesó. Y se filtra, aunque sea en pequeñas decisiones, en la forma en la que uno cuenta la historia. Siempre hay algo de uno que se cuela". Y no duda en afirmar que cada función debe ser una experiencia única. "El teatro es presencial, efímero. Lo que pasa esa noche, con ese público, no se repite más. Es una comunión emocional, física, sensorial. Por eso digo: el que nunca vio ballet, que venga. No tiene que saber nada. Solo dejarse llevar. Como con la música: te gusta o no, pero te atraviesa. Y si la obra logra que aunque sea una sola persona se vaya con una pregunta, con una emoción, con una duda... entonces ya cumplimos el objetivo".