Rodrigo Fernández Rumi conoce de cerca la montaña rusa del éxito. Fue el ganador más joven en la historia de Gran Hermano y luego se convirtió en figura de Disney Latinoamérica, con trabajos en BIA y L-Pop. Pero detrás de ese recorrido hubo mucho más que fama: hubo meserismo en Los Ángeles, limpieza de establos en Suiza, castings eternos y la persistencia de quien no quiere quedarse solo con lo que la televisión ofrece. "Gran Hermano fue como el primer impulso", recuerda. "Yo gané y me pude comprar un departamento, pero después estuve muchos meses sin hacer nada", reconoce en diálogo con BigBang.
Y agrega: "Hice una obra gratis, después una serie... Cada tanto tenía esas cositas que me demostraban: che, si perseverás, pasan cosas". MyAnnita.com, su nuevo proyecto, nació en plena pandemia. Rodrigo estaba ayudando a un amigo empresario de Estados Unidos a contratar influencers y se encontró con un mercado opaco, caro y desordenado. "Ahí descubrí uno de los primeros problemas: no sé quién está de moda", cuenta. "Todo el tiempo aparecen nuevos influencers, sobre todo con TikTok. Y además me pasaba mucho que hablaba con una agencia y me pedían que no contactara al influencer; ellos se quedaban con una comisión enorme".
La experiencia personal como creador lo terminó de empujar: "Mi agencia cobraba 100 y a mí me decía que me ofrecían 40. Se quedaban con mucho dinero". De esa frustración mutua -la del influencer y la de la marca- surgió una idea: crear un sistema automático, sin intermediarios y con reglas claras. Así nació MyAnnita, que ya se presenta como la primera agencia virtual y automatizada de influencers en Argentina. En su explicación, Rodrigo se detiene en el corazón del funcionamiento: "Cuando un influencer recibe una propuesta, ya la marca le pagó a MyAnnita. Entonces el influencer se queda tranquilo".
En ese sentido, destacó que "la marca también se asegura de que si el influencer no hace lo que pidió, no se le libera el pago". "Si hay disputa, MyAnnita interviene como cualquier aplicación", afirmó. En otras palabras, un sistema de escrow adaptado al ecosistema digital argentino. Y un diseño que promete resolver la inseguridad, la informalidad y los retrasos que abundan en el rubro. La recepción fue inmediata: más de 600 influencers conectaron sus cuentas en los primeros días "casi sin difusión".
Rodrigo cree que la explicación es simple: "Todo el mundo quiere ser influencer. Hay mucha gente joven buscando nuevos trabajos, y a las marcas también les sirve alguien conocido de un pueblo mostrando sus productos". Aunque vive parte del año en España, su prioridad está clara: "Ahora me estoy enfocando en Argentina, que es mi hogar y donde conozco bien el problema". Ya trabaja en una expansión futura hacia España y Estados Unidos, pero sin apurarse. "El problema es el mismo en todos lados: las ganas del influencer y la necesidad de la marca son iguales".
La vida de Rodrigo después de Gran Hermano fue cualquier cosa menos lineal. Durante un tiempo recorrió boliches como figura del momento, pero pronto llegó lo que él llama "la caída", ese bajón que experimentan muchas celebridades súbitas. "Esos golpes empiezan a golpear el ego, la ansiedad, y la gente te dice: '¿por qué no te llamaron del Bailando?'". Hoy mira con ternura a los nuevos participantes de los realities: "Sé lo que se les viene".
De hecho, a 12 años de la edición que lo hizo famoso, Rodrigo mira su pasado televisivo sin negar la mezcla de ilusión y golpe de realidad. "La verdad que en su momento no me impulsó mucho... tampoco fue el Gran Hermano más visto", admite. Sin embargo, el envión no dura para siempre. "Vi una nota a Martín Pepa... decía que recién salías y todos te aman, y de pronto ya no te llaman tanto... y eso empieza a golpear el ego, empieza a golpear la ansiedad", remarcó.
Su escape fue el trabajo. En Suiza, donde terminó limpiando casas y granjas, aprendió "una vida más terrenal". "Aprendí a trabajar... ahí me llamaban dos veces por semana para limpiar una casa impoluta... me esperaban con una Coca y chocolate", recuerda. En la granja, dice, la experiencia era casi de cuento: "Tenía que colectar las manzanas... era una vida fantasiosa y me pagaban mucha plata... veinte dólares la hora... por ir a juntar manzanas".
Esa etapa lo marcó: descubrió que podía vivir una vida independiente, lejos de los flashes. "Ya había conquistado en cierta forma Buenos Aires... entonces dije 'bueno, me voy a Los Ángeles a querer ser actor ahí'". En Los Ángeles descubrió la soledad, la presión y la incertidumbre laboral de un actor sin permisos de trabajo: "Vivía en una casa donde vivían entre comillas artistas, eran todos re drogones y se robaban la comida de la heladera", cuenta entre risas.
Eventualmente consiguió trabajo como mozo en un restaurante de Studio City. "Venían Miley Cyrus, Cameron Diaz, Justin Bieber... pero era un lugar normal, no de diamantes". Las audiciones, en cambio, no avanzaban por un problema simple: la falta de papeles. "Todos los managers te piden tener la green card... entonces me quedé cómodo trabajando, comprándome boludeces, un BMW descapotable..." y destacó: "No podía volver a Argentina porque se me hacía que fracasé".
Hasta que un día llegó el llamado que lo cambió todo: Disney quería que hiciera un casting a distancia. Mandó videos, quedó seleccionado para un taller y terminó como parte del elenco de Disney BIA, primero, y L-Pop, años después, en México. "Fue lo más exitoso actoralmente que hice... viví como una estrella porque allá te tratan como si fueras de Hollywood". Después de actuar para Disney, vivir en Suiza, arriesgarse en Hollywood y crear una agencia automatizada desde cero, ¿qué le falta? La respuesta llega sin dudas: "Que me vaya bien como empresario... siempre me gustó inventar cosas. Algo que yo invente que tenga éxito".
Hoy, ya instalado entre Madrid y Buenos Aires, su prioridad es que MyAnnita funcione: "Quiero algo que me dé estabilidad económica, que no la da el medio". Aclara que volverá a la actuación -"volvería al trote"- pero solo cuando el proyecto esté firme. "Siempre me gustó inventar cosas", admite. Y por eso espera que esta creación sea la que cierre el círculo: "Algo que yo invente, que tenga éxito y le vaya bien". Después de una década de subidas y bajadas, de castings, meseros, villanos de Disney y proyectos propios, Rodrigo Fernández Rumi vuelve a apostar fuerte. Esta vez, a un sistema que quiere ordenar un universo caótico, el de los influencers.