En diálogo con BigBang, Federico Palazzo irradia la misma mezcla de entusiasmo, vértigo y ternura que atraviesa "Vamo´ los Pibes", la obra que dirige y que llega el 2 de enero al Multiteatro. Es una de las grandes apuestas teatrales del año que se viene y también una declaración de principios: la tercera edad no es sinónimo de quietud, sino un territorio de sueños pendientes, amistades invencibles y una desobediencia tan lúdica como necesaria. "Trato de estar en el presente y ahí controlar un poco la ansiedad", confiesa el director al empezar la charla. Pero la emoción lo desborda. "Me genera emoción porque estamos viendo un trabajo que estamos construyendo en un equipo precioso... hay un espíritu lúdico precioso entre ellos y estoy con una emoción galopante", agrega.
Esa vibración se le nota: Palazzo habla de comedia, de profundidad, de "la relación entre la luz y la sombra", y lo hace como quien describe un milagro en construcción. La historia -inspirada en El Audífono, escrita por Jorge Palaz y ganadora del Fondo Nacional de las Artes- sigue a cuatro amigos octogenarios que sobreviven con la mínima en una Argentina que, como tantas veces, los arrincona. Palazzo no esquiva esa dimensión social: "No hay demasiado respeto culturalmente por el adulto mayor", dice, señalando el descarte que pesa sobre quienes acumulan experiencia y tiempo, pero parecen valer cada vez menos para la sociedad.
En ese marco, la obra se permite un gesto audaz: volver épica la vida cotidiana. "Uno de ellos ha quedado sordo y los otros tres son capaces de algunas fechorías para conseguir un audífono", cuenta el director. Si lo logran, fantasean con un viaje imposible en casa rodante, una utopía geriátrica que late como motor emocional. Ese plan, improbable y hermoso, es donde la pieza se vuelve universal. Cuando se le pregunta qué lo sedujo de ese concepto de rebeldía en la vejez, Palazzo no duda: "El deseo de hacer, el deseo de no frenar, el deseo de luchar contra la fecha de vencimiento".
La obra, afirma, habla del único reloj que importa: el de cada vida. "El tiempo es riqueza", reflexiona. Y sobre esa certeza construye el corazón del espectáculo: la lucha por seguir, por no permitir que la edad sea un límite impuesto desde afuera. "Quieren ponerse las zapatillas y dejar las pantuflas", sintetiza con una metáfora. La pieza tiene una historia íntima. Palazzo revela que necesitó años para animarse a intervenir el texto original: "Después de su partida (la de su papá), me llevó una buena cantidad de años animarme a meterle mano". Lo hizo, dice, porque conocía el espíritu de su padre y porque la obra pedía un giro coral.
De hecho, remarcó: "Quería darle un sentido de cuatro protagónicos paralelos, en donde ni el ego ni la competencia existen". En esa comunión encontró la forma de honrarlo. Palazzo se detiene en el elenco con un respeto casi reverencial: Antonio Grimau, Osvaldo Laport, Osvaldo Santoro y Raúl Lavié. "Los elegimos porque son cuatro titanes de la escena, cuatro actores que persiguen incansablemente la verdad", afirma. Sobre Lavié, que interpreta al amigo cantante que ha perdido la audición, destaca algo especial: "Tiene una medularidad y una profundidad no solamente en el cantar, también en el decir. Tiene un fraseo...".
El rock, aclara, es apenas una metáfora: no hay guitarras ni distorsión, pero sí espíritu rebelde. Y eso, en estos pibes de más de ochenta, vale más que cualquier acorde: "Es una pieza donde convive la comedia y la ternura... y lo profundo tiene que ver con los sueños, con que la edad no debería ser un escollo para seguir adelante". Palazzo sabe que su obra dialoga con un clima social donde el miedo al descarte se intensificó. Por eso insiste en la reivindicación: en darles lugar, en devolverles épica, en permitirles la aventura. Y si alguien duda de que un grupo de octogenarios pueda iluminar el verano porteño, él responde con la convicción de quien vio los ojos de sus actores brillar sobre el escenario: "Estos personajes tienen que lograr la epopeya de seguir viviendo". "Vamo´ los Pibes" lo dice sin solemnidad y sin vergüenza: que el tiempo sea finito no significa que el deseo también lo sea. Y que soñar, incluso a los ochenta y pico, sigue siendo el acto más revolucionario de todos.