Lo que podría haber sido una reflexión honesta sobre el deterioro económico del país terminó convertido, como suele pasar en ciertos estudios de televisión y gracias a periodistas puntuales que hace rato dejaron de lado la visión crítica para darle paso al show y al circo, en una caricatura sin sentido. Luis Majul, siempre dispuesto a alinearse con el poder de turno y disfrazar banalidades de opinión editorial, aprovechó los dichos de Ricardo Darín sobre el precio de las empanadas para hacer lo que mejor le sale últimamente: ridiculizar la realidad con una mezcla de sarcasmo forzado, humor sin gracia y complacencia con el oficialismo.
En su programa por LN+, el conductor se subió a la tendencia digital conocida como brainrot italiano -una serie de videos absurdos generados por inteligencia artificial y que en casos puntuales contienen mensajes violentos y cargados de odio- para "crear" el personaje Ricardini Empanadini, una empanada con cara de Darín que supuestamente ironiza sobre el comentario del actor en la mesa de Mirtha Legrand. El resultado fue una escena que, lejos de provocar risa, expuso el vacío de sentido del periodismo que él mismo promueve: burlarse de un actor por mencionar que una docena de empanadas cuesta 48 mil pesos en la Argentina de Milei.
Majul no se detuvo en su defensa de Caputo, quien había descalificado a Darín en redes sociales por usar un ejemplo "poco feliz". Fue más allá: intentó transformar la crítica del actor en una especie de sketch viral y ridiculizarlo, como si hablar del empobrecimiento de la sociedad argentina fuera algo digno de un meme tonto. "Está bueno reírse de todo esto", dijo, en un intento patético de disfrazar el ensañamiento como ligereza.
Pero lo que Majul no parece entender -o decide ignorar- es que no todo se puede reducir a una broma. En un país donde millones viven con ingresos por debajo de la línea de pobreza, hacer humor con los precios no es "quitarle dramatismo al debate", sino banalizarlo por completo. Más grave aún: lo hace desde un lugar de poder mediático, con pantalla asegurada y el respaldo del oficialismo libertario, que cada día se muestra más incómodo ante las voces críticas, incluso cuando vienen del mundo de la cultura.
La elección de seguir la lógica del brainrot italiano no es inocente. Esta tendencia viral, aunque adictiva desde el punto de vista visual y tecnológico, fue señalada también por su potencial para propagar discursos ofensivos, absurdos y hasta peligrosos, disfrazados de entretenimiento. Personajes como Trallalero Trallalla o Bombardino Crocodilo, por ejemplo, fueron acusados de contener mensajes antirreligiosos o belicistas ocultos en sus narraciones sin sentido.
Solo por dar dos ejemplos puntuales. En el caso de Trallalero Trallalla, el tiburón con piernas que usa zapatos deportivos, el texto original en italiano se traduce a "Trallallero Trallallà, cerdo Dios y cerdo Alá. Estaba con mi maldito hijo Merdardo jugando al Fortnite, cuando en un momento llegó mi abuela, Ornella Leccacapella, a avisarnos que ese imbécil de Burger nos había invitado a cenar para comer un puré de penes".
Por otro lado, Bombardino Crocodilo, un cocodrilo fusionado a un avión bombardero, menciona que dicho personaje "lanza bombas sobre niños en Gaza y Palestina". "No cree en Alá y ama las bombas. Se alimenta del espíritu de tu madre", continúa la narración del cocodrilo. Que Majul decida inspirarse en esta moda para intervenir en una discusión política dice más sobre él que sobre Ricardo Darín: prefiere la distorsión absurda antes que el análisis.
Es cierto que Darín cometió el pecado de mencionar un precio exagerado o, al menos, fuera del promedio. Pero lo que el actor quiso poner en evidencia es la brutal pérdida del poder adquisitivo, lo que pese a lo que diga el periodista de LN+, es una realidad innegable. ¿Acaso Majul se indignó igual cuando Milei dijo que "la gente elige morirse si no puede pagar la salud"? ¿O cuando Caputo justificó el ajuste más brutal en décadas hablando de "la herencia"? La reacción de Darín fue tan escueta como contundente. Desde su cuenta de X, el actor escribió: "No tienen vergüenza... probablemente la gente la esté pasando mal, dice". Y luego, simplemente, "Lloro".
No fue una contraofensiva, sino una muestra de lo que cualquier espectador pensante sintió frente al espectáculo grotesco de Ricardini Empanadini: un poco de vergüenza ajena, un poco de tristeza. El periodismo, se supone, tiene como misión interpelar al poder, no burlarse de quienes lo cuestionan. Pero Majul hace rato que abandonó esa premisa. Hoy, desde su tribuna privilegiada, se dedica a blindar al oficialismo, ridiculizar a sus detractores y, cuando no le alcanza la creatividad, se escuda en el "humor" que ni siquiera es propio, sino reciclado de una tendencia internacional con olor a propaganda disfrazada de chiste.