Hay momentos que la política atraviesa el mundo de la farándula y llega a lugares impensados: LAM, por ejemplo. En las últimas horas se dio un fuerte cruce entre Yanina Latorre y Romi Scalora, donde la discusión ideológica rápidamente derivó en frases que encendieron la polémica.
No es la primera vez que las angelitas protagonizan debates acalorados, pero en esta ocasión el intercambio dejó al descubierto una postura preocupante. "Yo prefiero a alguien que no esté capacitado pero no es corrupto", dijo Latorre en referencia a Javier Milei, una afirmación que abre un debate de fondo sobre qué se le exige —a quienes gobiernan.
La conductora de SQP intentó correrse del eje cuando admitió que no votó en las últimas elecciones. "Yo me pude hacer cargo de lo que hice porque ejercí mi derecho", le respondió Scalora, marcando una diferencia clave: opinar sobre el rumbo del país sin haber participado del proceso democrático también es una decisión política.
Si bien Yanina Latorre suele ser de las más informada y filosa en el mundo del espectáculo, su discurso pierde sustento cuando se traslada al plano político. Aun así, se plantó: "Yo preferí irme de viaje porque no podía votar a alguien que no esté capacitado", sostuvo, aclarando que hablaba de peronismo no de kirchnerismo. Sin embargo, minutos después volvió a insistir en la misma idea: "Prefiero votar a Milei aunque no esté capacitado".
La contradicción no es menor, ya que gobernar un país no es un acto de voluntad ni de marketing, sino una tarea que requiere conocimientos técnicos, sensibilidad social y responsabilidad institucional. Cuando esos factores faltan, las consecuencias no son abstractas: jubilados que no llegan a fin de mes, hospitales públicos desfinanciados y trabajadores cada vez más precarizados.
Romi Scalora llevó el debate un paso más allá y preguntó con ironía: "¿Milei no es corrupto?". Ante eso, Latorre solo atinó a responder: "Igual Cristina (Fernández de Kirchner) está presa". Una frase que, lejos de argumentar, reduce la discusión a consignas y refuerza una lógica peligrosa sobre la idea de que cualquier cosa es aceptable si se presenta como antagónica al adversario político.