El presidente Javier Milei decidió no viajar al Vaticano para asistir a la ceremonia de asunción del papa León XIV, argumentando cuestiones de "agenda" y priorizando su participación en las elecciones legislativas porteñas en la que presentó a su candidato, el vocero Manuel Adorni.
Sin embargo, esta decisión no puede analizarse de manera aislada, porque ocurre apenas un día después de un episodio de violencia institucional que dejó al descubierto la profunda contradicción entre su discurso y sus acciones. El mandatario, que había prometido su presencia en Roma tras la elección del nuevo pontífice, ahora parece dar marcha atrás, pero no sin generar preguntas sobre sus verdaderas prioridades y el mensaje que envía con su ausencia.

La represión brutal sufrida por curas villeros y jubilados frente al Congreso Nacional el 14 de mayo es una herida abierta que Milei no puede ignorar. Mientras el presidente busca proyectar una imagen de reconciliación con la Iglesia Católica tras sus conocidas críticas al papa Francisco, las imágenes de sacerdotes siendo gaseados y golpeados por las fuerzas de seguridad bajo su gobierno contrastan profundamente con cualquier gesto de acercamiento hacia el Vaticano.
La represión del último miércoles fue tan simbólica como desgarradora. Los padres Jorge "Chueco" Romero y Paco Olveira, figuras reconocidas por su trabajo en barrios populares y su compromiso con los más vulnerables, fueron atacados mientras rezaban un Padrenuestro junto a jubilados que protestaban pacíficamente por sus derechos.
Las imágenes de estos hombres de fe siendo empujados al suelo y gaseados por efectivos armados y comandados por Patricia Bullrich son difíciles de digerir. La violencia no solo alcanzó a los sacerdotes, sino también a los jubilados y otros manifestantes que se encontraban en la Plaza de los Dos Congresos, quienes fueron reprimidos sin contemplaciones por las Fuerzas Armadas que tomaron las calles.
El padre Paco expresó con dolor: "Te tiran en los ojos. Me duele el alma, porque la leche que nos tiran en la cara es la que le falta a nuestros pibes". Por su parte, el padre "Chueco" relató cómo la represión comenzó justo cuando empezaron a rezar: "Se ve que no lo quieren a Dios, no quieren a la Virgen, no quieren a su pueblo".
Lo irónico y profundamente cínico es que esta represión ocurre en un contexto donde Milei intenta acercarse a la Iglesia Católica tras años de tensiones y declaraciones polémicas contra el papa Francisco. En su afán por recomponer relaciones con el Vaticano, el presidente había anunciado con bombos y platillos su viaje a Roma para asistir a la asunción del nuevo pontífice. Sin embargo, ahora decide quedarse en el país para participar de las elecciones legislativas porteñas, argumentando una superposición de eventos en su agenda.
La pregunta es inevitable: ¿qué mensaje envía Milei al priorizar un acto electoral sobre un evento de relevancia internacional para la Iglesia Católica? ¿Es este cambio de planes una muestra más de su oportunismo político? Mientras el presidente busca ganar puntos con sectores religiosos en el exterior, en Argentina la violencia institucional contra curas villeros y manifestantes pacíficos deja al descubierto una desconexión alarmante entre su discurso y la realidad.
En este contexto, resulta difícil no cuestionar el rol del presidente de las fuerzas del cielo: su retórica libertaria, que promete libertad individual y menos intervención estatal, contrasta abiertamente con el accionar represivo de las fuerzas bajo su gobierno. La decisión de Javier Milei de no viajar al Vaticano puede interpretarse como un intento por evitar críticas internas en un momento políticamente sensible. Mientras busca proyectar una imagen internacional favorable, en casa enfrenta una crisis moral y política que pone en duda su liderazgo.