Las palabras importan. Y en política exterior, pero también en convivencia democrática, pueden tener consecuencias profundas. Las recientes declaraciones del presidente Javier Milei sobre el atentado terrorista ocurrido en Sídney, Australia, reabrieron un debate sensible y peligroso: la asociación entre una religión y el terrorismo. La reacción de la Comunidad Musulmana Ahmadía en Argentina fue inmediata y contundente, con un comunicado oficial en el que expresó su "preocupación" por el uso del término "terrorismo islamita" desde la máxima autoridad del país. "Adjetivar de esta manera el terror aludiendo a una religión no perjudica solamente la imagen de una creencia, sino que fomenta también el odio contra ella, especialmente en un país donde sus seguidores representan una pequeña minoría", advirtió la comunidad.
El texto, firmado por el imam Marwan Sarwar Gill, presidente de la Comunidad Musulmana Ahmadía en Argentina, fue explícito en su señalamiento político: más allá de si se trató de "una declaración desafortunada" o de una convicción profunda del mandatario, el efecto es el mismo: legitimar la estigmatización colectiva. La crítica no negó ni relativizó la gravedad del atentado. Por el contrario, la comunidad ahmadía fue clara en su condena al ataque y en su solidaridad con las víctimas. Pero marcó una línea infranqueable: "Una tragedia y el dolor de unos nunca puede transformarse en odio y violencia contra otros".
En ese sentido, el comunicado alertó contra "la falacia de atribuir la acción de un individuo o una agrupación a una religión solo por el hecho de que los miembros se autoidentifiquen como sus adeptos". El comunicado recordó además principios centrales del islam que chocan de frente con la narrativa presidencial. "El islam, que literalmente en árabe significa 'paz', condena en su totalidad el terrorismo y establece la santidad de la vida de cada ser humano", señalaron, citando al Corán: "quien mata a una persona inocente es como si hubiera matado a toda la humanidad". Y reforzaron: "Un musulmán debe ser una fuente de paz para los demás".
Las declaraciones del Gobierno nacional, difundidas por la Oficina del Presidente el 14 de diciembre de 2025, avanzaron en sentido opuesto. En el comunicado oficial, el Ejecutivo "condena enérgicamente el ataque de terroristas islamitas contra la comunidad judía en Sídney" y vuelve a utilizar una caracterización religiosa del terrorismo. El texto no se limitó a la condena del hecho, sino que lo vinculó con la política internacional y con el reconocimiento del Estado palestino por parte de Australia, afirmando que ese reconocimiento habría sido interpretado como "un premio" tras el ataque del 7 de octubre de 2023.
La Casa Rosada fue más allá y sostuvo que la Argentina "fue víctima directa del terrorismo islamita y su visceral antisemitismo", una formulación que, lejos de distinguir entre extremismo violento y religión, vuelve a amalgamarlos en un mismo concepto. Para la comunidad musulmana, este tipo de afirmaciones no solo carecen de rigor, sino que alimentan prejuicios y tensiones sociales innecesarias.
En paralelo, tras el atentado en Bondi Beach, la condena del ataque también llegó desde la conducción internacional de la comunidad ahmadía. El líder mundial, Hazrat Mirza Masroor Ahmad, fue categórico: "Condeno enérgicamente el atroz atentado terrorista contra miembros inocentes de la comunidad judía en Australia. Nadie puede justificar jamás tales actos de violencia". Y añadió: "Los actos de terrorismo y odio son completamente contrarios a las verdaderas enseñanzas del islam".
De esta manera, mientras el Gobierno argentino insiste en un lenguaje que fusiona religión y terrorismo, una comunidad musulmana minoritaria se ve obligada a explicar, una vez más, que el islam no solo no avala la violencia, sino que la condena de manera absoluta. "Nuestra sociedad no necesita más muros, más divisiones y más odio, sino más puentes, más soluciones y más empatía", subrayó el comunicado local, cerrando bajo el lema ahmadía: "Amor para Todos, Odio para nadie".