29 Noviembre de 2016 07:10

Parece que el cerebro se acostumbra a las mentiras y esquiva los sentimientos negativos que produce el no decir la verdad. Es como si ingresara en un espiral cada vez más grande de falsedades, del que le resulta difícil escapar. Un equipo de investigadores británicos ha descubierto cómo se producen estas locas avalanchas.
El estudio, a cargo de la University College de Londres (UCL), examinó a 80 voluntarios, y descubrió que la mentira es adictiva debido a un proceso neurológico. Los autores han hallado que un sector del cerebro -que se encarga del procesamiento y almacenamiento de reacciones emocionales- se activa cuando mentimos para lograr un beneficio, y la opción a dejar de mentir disminuye con cada mentira que pronunciamos.
La catarata es imparable.
"De manera crítica, la respuesta de este sector a la falta de honradez predice la magnitud de la escalada de mentiras", explican los autores. Es decir, cuanto menos remordimientos o incomodidad siente el mentiroso en cuestión, más grande será la avalancha de lo que viene después, y sobre vendrá la famosa bola de nieve.
El cerebro se acostumbra a la mentira.
El experimento consistió en que los participantes adivinaran, en varios contextos diferentes, el número de monedas que había en un tarro de vidrio. Luego, los voluntarios debían enviar por chat sus cálculos a los otros participantes. Acercarse lo más posible a la cifra exacta de monedas los beneficiaría a ellos y a sus respectivos compañeros de juego. Calcular de más o de menos, los beneficiaría y perjudicaría a sus compañeros, o bien sólo beneficiaría a uno de ellos sin perjudicar al otro. La prueba detectó que los participantes comenzaron a exagerar ligeramente sus cálculos. Eso provocó la respuesta de la mencionada sección cerebral, y los voluntarios mintieron cada vez más a lo largo del experimento.
Las mentiras son máscaras.
El cerebro se adapta
El doctor Tali Sharot, uno de los autores, ejemplificó el proceso con lo que ocurre con un perfume: "cuando lo comprás, tiene un fuerte olor. Unos pocos días después, su olor es menor fuerte. Y un mes después, apenas lo percibís". La nariz se acostumbra a la fragancia y el cerebro se habitúa a la mentira. Por eso, la investigación traspasa los límites neurológicos y se introduce en el difícil mundo de la ética, como interrogante: ¿cómo detener una escalada de mentiras y cómo prevenirlas?
¿Harán un estudio para establecerlo?