03 Diciembre de 2025 08:57
Cada 3 de diciembre el mundo vuelve a pronunciar una verdad que, lejos de perder fuerza, se vuelve más urgente: las personas con discapacidad no están limitadas por su condición, sino por un entorno que insiste en cerrarles puertas. La fecha, proclamada por la ONU en 1992, llega una vez más atravesada por la misma pregunta: ¿cuánto más deberá esperar la inclusión para convertirse en política real y no en consigna? "Las mayores limitaciones no vienen de su diagnóstico, sino de las barreras que encuentran en el entorno y en las actitudes cotidianas", recuerdan quienes viven la discapacidad todos los días.

No se trata de metáforas: es la descripción de una vida que transcurre entre escalones imposibles, trámites inaccesibles, miradas condescendientes y decisiones estructurales que relegan derechos esenciales. La Dra. Valeria El Haj así lo sintetiza: "La discapacidad no es un atributo individual, sino una interacción con un ambiente que no siempre contempla la diversidad humana. Un escalón puede ser más limitante que cualquier condición motriz, una conversación que excluye puede generar más aislamiento que una discapacidad auditiva, una mirada condescendiente puede herir más que cualquier dificultad física".
En su informe, la profesional agrega que "hablar de discapacidad hoy implica hablar de participación plena, igualdad de oportunidades y accesibilidad en la vida diaria. La inclusión se construye en la vereda, en la escuela, en el transporte, en el trabajo y en cada espacio donde las personas desarrollan su vida". Y cuando el entorno acompaña, dice la directora médica nacional de Ospedyc, "las barreras se desvanecen". Pero la realidad está muy lejos de ese ideal. En América Latina y el Caribe, la OPS estima que cerca del 12% de la población -66 millones de personas- vive con al menos una discapacidad.
Son millones de historias marcadas por la desigualdad: peor acceso a la salud, salarios más bajos, mayor informalidad laboral, menor protección social. En muchos casos, incluso su dignidad y autonomía son vulneradas dentro de los mismos sistemas que deberían asistirlas. La definición es contundente: la discapacidad surge cuando el contexto no permite participar en igualdad. Y hoy, ese contexto está fallando. La ONU advierte que quienes viven con discapacidad tienen más probabilidades de caer en la pobreza y menos posibilidades de acceder a un trabajo decente. Las ayudas estatales, cuando existen, suelen ser insuficientes o inaccesibles.

Y los costos extras -medicación, cuidadores, transporte, tecnología asistiva- transforman cada día en una batalla. La Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad ya estableció el marco: la inclusión no se trata de "ayudar desde la lástima", sino de eliminar prejuicios y garantizar autonomía. Pero las prácticas cotidianas siguen repitiendo exclusiones disfrazadas de buena intención.
La verdadera inclusión nace en gestos mínimos: preguntar cómo acompañar, respetar los modos de comunicación, ofrecer información accesible, no suponer límites ajenos. Escuchar. Acompañar sin borrar la voz del otro. "Cuando una sociedad se organiza para que todos puedan participar, la discapacidad deja de ser un límite. Lo que aparece entonces es lo que siempre estuvo allí: personas con proyectos, deseos, talentos y derechos", completó la Dra. El Haj.
El lema del 2025, "Fomentar sociedades inclusivas para impulsar el progreso social", intenta recordar que no hay desarrollo posible si se deja afuera a una parte de la población. Pero el desafío no es simbólico, sino urgente. Los CDC sostienen que la inclusión exige políticas concretas: acceso al transporte, a la educación, a la salud, al empleo, a la vida comunitaria. Permitir que las personas con discapacidad participen de "las mismas actividades de prevención y promoción de la salud que el resto de la población". Romper el cerco de la invisibilidad cotidiana que convierte en excepción lo que debería ser norma.

Porque, aunque los discursos cambien, las luchas se repiten: el problema nunca fue la discapacidad, sino un mundo que aún no está dispuesto a adaptarse. En este 3 de diciembre, el llamado vuelve a alzarse con la intensidad de una deuda histórica: construir entornos que no cierren puertas, sociedades que no elijan quién queda adentro y quién afuera, y un presente donde la dignidad no sea un lujo para nadie.

