por Alejo Paredes
06 Junio de 2025 22:56
Thiago tenía 7 años y esperaba el colectivo con su papá. Una bala le atravesó la cabeza en medio de una balacera causada por un oficial. Murió un día después, a pesar de los esfuerzos médicos. La escena es brutal, pero también reveladora: en Argentina, una infancia puede quedar atrapada entre la violencia callejera, el fuego cruzado y el discurso oficial que, lejos de ofrecer consuelo, insiste en justificar lo injustificable. Pocos minutos después de confirmarse su muerte, Patricia Bullrich, ministra de Seguridad, activó su cuenta de X (ex Twitter) para escribir con tono sentencioso: "Thiago murió. Es una noticia triste y dolorosa. Los delincuentes son los únicos responsables de esta tragedia. Si no hubieran salido a robar, hoy no habría ninguna familia destruida. Tienen que pagar con prisión perpetua", escribió la funcionaria.

Antes, en una polémica conferencia de prensa, Bullrich ya había blindado el accionar del oficial que disparó -Facundo Daniel Aguilar, de 21 años, oficial ayudante de la Dirección Montada de la PFA- desligándolo de toda responsabilidad. "Facundo, un policía de 21 años que salía a trabajar, se defendió y defendió a su mamá de una banda de delincuentes armados. Actuó ante una situación desesperante y de peligro. Los cuatro delincuentes son los responsables. Ellos eligieron el crimen", dijo. Y remató con una frase que no deja lugar a grises: "No fue casualidad, fue causalidad. Quien sale a robar, sale a matar".
Pero la muerte de Thiago no encaja en esa lógica binaria. No portaba armas. No eligió estar ahí. No decidió salir a robar ni a disparar. Solo esperaba el colectivo para ir a lo de su mamá, colgado de los hombros de su papá. La bala que le quitó la vida no provino directamente de un delincuente, sino del arma reglamentaria de un oficial que se encontraba de civil. De una reacción que, aun en legítima defensa, terminó con una víctima inocente. Y eso exige una pregunta que el discurso oficial se niega a hacer: ¿hasta dónde llega la responsabilidad del Estado cuando el monopolio de la fuerza se ejerce sin contemplar los riesgos del entorno?
El agente disparó alrededor de diez veces a delincuentes que instantáneamente huyeron. La ministra, sin mostrar la mínima autocrítica ni contemplar el dolor de una familia devastada por una intervención policial fallida, optó por un relato que exonera completamente al uniformado y criminaliza hasta el extremo. En su mensaje no hay lugar para la prudencia, ni para revisar protocolos, ni para pensar si un policía fuera de servicio disparando diez veces en plena calle pudo haber actuado de manera más segura. Tampoco hay empatía genuina: Bullrich "acompaña con el corazón" tanto a la familia de Thiago como a la del agente detenido.

De esta manera, la ministra devenida en libertaria nivela en el discurso al pequeño fallecido con el autor del disparo. En lugar de hacer foco en la necesidad de investigar seriamente lo ocurrido, la funcionaria convirtió la tragedia en una oportunidad para reforzar su doctrina de "mano dura" sin matices. Para ella, lo que pasó no es una falla, es un efecto colateral de un enemigo al que hay que exterminar. No hay espacio para revisar la formación de los agentes, el uso del arma reglamentaria fuera del servicio, ni los peligros de una doctrina de confrontación que, bajo la excusa de la seguridad, convierte a cualquier calle en un campo de batalla.
Mientras tanto, la familia de Thiago clama por justicia. Lo hace con el corazón en la mano y el rostro deshecho de lágrimas. Lo hace desde el dolor, no desde la especulación política. Pide respuestas, no slogans. Porque no quiere que otro nene muera en una parada de colectivo. Porque Thiago no fue un daño colateral. Fue un niño de carne y hueso que soñaba, jugaba al fútbol en su club, estudiaba en una escuela parroquial y tenía toda una vida por delante. "Necesito justicia. Justicia por Thiago, por favor. Esto se tiene que pagar como tiene que ser", pidió la mamá del nene, luego de que los médicos declararan oficialmente la muerte de su hijo.