por Eli Salas
19 Agosto de 2025 15:14
En el vasto universo de las redes sociales y los medios de comunicación, donde cada detalle de la vida privada se magnifica hasta convertirse en espectáculo, Argentina muestra un nuevo capítulo digno de análisis: Gimena Accardi, actriz argentina, enfrentando el escarnio público tras una infidelidad en su matrimonio con Nicolás Vázquez. Pero lo interesante aquí no es el hecho en sí, sino el tratamiento desigual que recibe según quién sea el protagonista: ¿masculinidades y feminidades?
Es que cuando un hombre es infiel, todo se reduce a un chiste en un programa de televisión, una anécdota divertida entre amigos o picarescos titulares. "¡Qué galán!", dicen algunos; "Es que los hombres son así", justifican otros (y otras)... Sin embargo, cuando es una mujer quien cruza esa línea invisible, la historia se transforma en un juicio moral colectivo. Y así se puede ver este freak show: Accardi se ve obligada a pedir disculpas públicas, como si hubiera cometido un crimen digno de apedreamiento en la plaza pública.

Pero nada es claro sin nombres: Daniel Osvaldo, Xavier Ferrer Vázquez (que engañó a la mismísima Moria Casán), Benjamín Vicuña, Fabián Cubero, Mauro Icardi, Roberto García Moritán, Diego "Puntita" Latorre, Fernando Gago, Martín Demichelis, Nicolás Cabré, Federico Bal y hasta el economista Martín Lousteau ... la lista es interminable y no alcanzarían los caracteres para nombrarlos a todos.
Pero la pregunta del millón es: ¿Cuántos de ellos salieron a dar explicaciones públicas? ¿Cuántos se sentaron frente a una cámara para pedir perdón por sus acciones? Spoiler alert: ninguno. Es que... ellos no tienen que hacerlo. La sociedad no se los exige. Es más, sus historias suelen ser tratadas con un tono ligero, casi como si fueran parte de su encanto personal.

En cambio, cuando una mujer como Accardi es señalada por una infidelidad, el tono cambia drásticamente. De repente, todo es serio, solemne y condenatorio. Se le exige que hable, que explique, que se arrepienta públicamente. Y si no lo hace, las redes sociales se encargan de recordarle su "pecado" con insultos y ataques personales. Lo que para ellos es casi anecdótico, para ellas es un estigma que puede perseguirlas durante años.
La doble vara moral no sorprende, pero sí indigna. ¿Por qué se sigue aceptando esta narrativa donde los hombres son "capos" y las mujeres son "la mierda"? ¿Por qué se justifica sus acciones como parte de su "naturaleza" mientras a las mujeres se las condena por no cumplir con los estándares imposibles de perfección que se les impone?
El caso de Gimena Accardi no es único ni aislado. Es un reflejo más de cómo el patriarcado sigue dictando las reglas del juego, incluso en cuestiones tan personales como en las relaciones sexoafectivas. Porque claro, cuando un hombre engaña a su pareja, la culpa muchas veces recae en la mujer: "No lo cuidó lo suficiente", "No le dio lo que necesitaba". Pero cuando es ella quien comete el error, no hay excusas ni justificaciones posibles. Solo hay juicio y condena.
Y mientras tanto, los hombres que han protagonizado escándalos mucho más escabrosos siguen adelante con sus vidas como si nada hubiera pasado. Ellos simplemente siguen siendo los galanes adorados por el público, mientras las mujeres cargan con el peso del escrutinio social.

Tal vez sea hora de cuestionar por qué seguimos perpetuando esta narrativa tan desigual. Tal vez sea hora de dejar de exigirle a las mujeres explicaciones que nunca le se les pide a los hombres. Tal vez sea hora de reconocer que una infidelidad no define a una persona ni debería ser motivo para destruirla públicamente.
La imagen es dantesca: en pleno siglo XXI, Gimena Accardi se convierte en el blanco fácil de un sistema que sigue siendo profundamente injusto y patriarcal. ¿Argentina volvió al siglo pasado o nunca salió de allí?

