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Espanto, herencia y exorcización

La vajilla del horror vuelve a escena: un empresario compró el juego de té con el que Yiya Murano envenenó a sus amigas

Las piezas fueron adquiridas por un empresario de Comodoro Rivadavia.

12 Diciembre de 2025 10:53
Compraron el juego de té con el que Yiya Murano envenenó a sus amigas
Compraron el juego de té con el que Yiya Murano envenenó a sus amigas

La oscuridad de uno de los casos criminales más perturbadores de la Argentina volvió a emerger esta semana desde un objeto que parecía condenado al olvido: el juego de té con el que María de las Mercedes "Yiya" Murano envenenó con cianuro a tres mujeres en 1979. Una pieza doméstica, frágil, floral, inocente a la vista... pero marcada para siempre por la muerte. El conjunto -seis tazas, tetera, azucarera y jarra para la leche, marca Excelsior- pasó finalmente a manos de José Perrucio, un empresario de Comodoro Rivadavia que ya había protagonizado titulares en los años 90, cuando compró en una subasta fiscal un Mercedes Benz perteneciente a Susana Giménez.

Compraron el juego de té con el que Yiya Murano envenenó a sus amigas
Compraron el juego de té con el que Yiya Murano envenenó a sus amigas

Esta vez, en una escribanía, selló la transacción con Martín Murano, el hijo de la célebre envenenadora de Montserrat. La vajilla había sido ofrecida en una subasta pública en 2023 y llegó a recibir "una propuesta de 10.000 dólares", según había contado el propio Martín Murano, quien entonces aseguraba que todo el dinero sería destinado "a un hogar de perros y gatos de Mar del Plata". 

Finalmente aquella subasta no prosperó, pero el conjunto volvió a cambiar de manos, y con él regresaron los fantasmas que lo rodean. Martín Murano -un hombre que carga la sombra de su madre, que la sufrió, la investigó y escribió tres libros sobre ella- había explicado en diálogo con el periodista Rodolfo Palacios así la procedencia de las piezas: "Esto fue un regalo de casamiento de mi madre, en 1971. Con estas tazas envenenó a sus amigas".

La frialdad de la frase contrasta con el peso simbólico del objeto. No es una reliquia: es un testimonio. La compra reactiva inevitablemente la memoria de aquellos crímenes que estremecieron al país hace 46 años. Entre febrero y marzo de 1979, Yiya Murano sirvió té y café envenenado a tres mujeres: Lelia Formisano, su prima; Nilda Gamba, su amiga y Carmen Zulema del Giorgio, madre de Nilda.

Compraron el juego de té con el que Yiya Murano envenenó a sus amigas
Compraron el juego de té con el que Yiya Murano envenenó a sus amigas

Todas murieron después de compartir con ella una taza. Murano fue detenida ese mismo año, absuelta en un primer fallo, y finalmente condenada a prisión perpetua en 1985. Recuperó la libertad en 1995 gracias al "dos por uno", y su figura volvió a tener presencia mediática con el tiempo, incluso llegando a almorzar con Mirtha Legrand. Murió en 2014, en el olvido. Pero sus objetos no. Sus objetos siempre vuelven. 

Martín Murano había confesado años atrás que jamás tomó un té en esas piezas. Ni quiso tocarlas. Que cada tanto sueña con su madre: "El último sueño fue un horror. Estaba al pie de la cama, con un vestido blanco. Y una luz subía hasta descubrirse que la mitad de su cara era la del diablo". Relató que la vajilla había estado durante años en manos de una amiga de su madre, hasta que la hija de esa mujer se la devolvió: "No lo podía creer", había dicho en aquella entrevista con infobae.

Y sumó: "¿Si me da miedo tener esto? No. Pero quiero que se vendan cuanto antes así el dinero va a los perritos". El periodista que lo entrevistó contó también que, durante un tiempo, coleccionó objetos vinculados a criminales célebres: un peine de Barreda, un rosario y unos lentes que la propia Yiya le había regalado entre lágrimas ("con este rosario lloré la muerte de mi hermana, pobrecita, a quien le robé el novio"), cartas de Robledo Puch y una chomba del Gordo Valor.

Compraron el juego de té con el que Yiya Murano envenenó a sus amigas
Compraron el juego de té con el que Yiya Murano envenenó a sus amigas

Con los años, dice, los fue tirando. Tal vez para desprenderse del peso. Tal vez para dejar al pasado hundirse donde corresponde. ¿Qué lleva a un empresario a comprar un objeto atravesado por la tragedia? ¿Fascinación? ¿Morbo? ¿Coleccionismo histórico? ¿O simplemente el deseo de poseer una pieza que carga con la densidad de un mito criminal? Lo cierto es que, cada vez que estas tazas resurgen, regresan también las imágenes de un apartamento en Montserrat, de masitas finas servidas con amabilidad impostada, de veneno disuelto en una rutina doméstica. Regresa el estremecimiento y el horror de un crimen tan espeluznante como increíble. 

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