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Mauricio Dayub, íntimo: de la Dictadura y su infancia en el barrio, a su exitoso presente

Además: el truquito para moverse en Palermo sin perder tiempo para estacionar.

por Eli Salas

11 Febrero de 2023 08:00
Mauricio-Dayub
Mauricio-Dayub

No importa el momento del día, Mauricio Dayub siempre está yendo o viniendo de algún lugar. Y si no es así, el multipremiado actor, productor y director se las ingenia para poner en marcha algún plan que no tardará en concretar. “Soy muy de aprovechar el tiempo, siempre estoy para hacer algo”, dice a BigBang, descontando su abultada agenda teatral, que incluye el regreso de su unipersonal El Equilibrista a Mar del Plata (Teatro Atlas) y Buenos Aires (El Nacional), El Amateur (Chacarerean teatre) y su rol como director en Inmaduros, con reestreno en calle Corrientes.

“También se suma la temporada en Punta del Este, que fue algo muy auspicioso que quise probar. En Uruguay me vino a ver Susana Giménez que estaba entre ir a ver el Mundial o El Equilibrista. Ella había visto El Amateur hace 25 años y luego Toc Toc”, dice Dayub sobre el buen augurio de la diva y el resultado de “una temporada muy buena. Estoy con muchos proyectos y feliz”.

-¿Sos organizado o el trabajo te ordena?

-Todos me dicen que soy excesivamente organizado y, sin embargo, debería ser más para cumplir con todos y como a mí me gustaría. En esta entrevista no fui muy organizado porque en breve tengo que estar en otra. Si bien tengo previsto ir con el monopatín, debería haberte dicho antes para llegar más tranquilo. Así me ocurre todos los días...

-¿Seguís yendo en monopatín al teatro?

-Sí, pero a El Nacional no porque está muy lejos. Después todo lo que sea dentro de Palermo sí porque no tengo dónde estacionar y es más rápido. Tengo todo cerca y alcanzo a hacer más cosas si voy y vengo en el monopatín.

-Contaste que Mar del Plata, donde volviste a hacer temporada los lunes, es un lugar donde fuiste feliz. ¿Sos nostálgico de los lugares que habitaste en un escenario o en la vida?

-No sé si nostalgia porque se suele asociar con algo triste. A mí me produce mucha alegría coleccionar momentos felices. En Mar del Plata tengo el recuerdo de la primera vez que mis padres pudieron tomar vacaciones y festejar 20 años de casados con sus cinco hijos y por primera vez dejarnos solos con una tía. Verlos volver como de novios, cambiados, dorados, mamá rubia, con regalos para cada uno. Esos sweaters que se vendían en Avenida Juan B Justo, uno de cada color, de plush, era algo que no existía en Entre Ríos...

-¿Seguís visitando Paraná? ¿Te quedó familia allá?

-Sí, tengo mis hermanos. Mi papá se fue hace unos 10 años y mi mamá cuando estrené El Equilibrista, justo en el momento en el que iba a contar su historia. Pero tengo mis hermanos, mis amigos del barrio. Yo pasé de ser un peligro para el club, un chico vago que había que cuidar por las dudas, a un actor que vino a hacer función a beneficio para el mismo club donde yo jugaba al básquet.

-Pero nadie fue a tocarte con la varita...

-No y ese remo de tantos años te forma, perfecciona y pule. Todo ese período no me da nostalgia porque la viví con felicidad. Estaba en el camino que quería. A la vez vivía en unas pensiones de mala muerte en Constitución,  frente a la CGT Brasil y tenía miedo que a la noche cuando entrara al doblar uno de los codos de la escalera en las que tenía que subir despacito, sin hacer ruido, alguien me agarre del cuello y me mate y que nadie se entere. Era la época de la dictadura.

-¿Cómo la viviste siendo actor?

 -Cuando salíamos de ensayar en Santa Fe nos palpaban de armas, nos ponían contra la pared, nos decían de todo porque hacíamos teatro y éramos artistas. Nos maltrataban porque no podíamos mentir, ya que nos agarraban a la salida del teatro. Pero yo lo quise toda mi vida. Sobre todo lo que estoy compartiendo hoy en El Equilibrista que es la historia de mis abuelos anónimos y representa a cientos de miles de personas.

-Y otras tantas de tu vida personal que se reflejan en tu primer libro. ¿Hay algo transformador en ese ejercicio?

-Sí, imaginate que le pude dar un valor intelectual a algo que tenía un valor sentimental. En cada relato hay algo que aprendí y forjó mi personalidad.

-¿La paternidad es algo también digno de subrayar en tu historia?

-Bueno, tal vez lo curioso es que yo creía que no me faltaba nada. Tenía 53 años y cuando llegó me di cuenta que me faltaba lo principal. Yo vivía muy bien y no sabía o no estaba seguro si había nacido para ser padre, si era algo que me tocaría o no.

-Y te cambió la vida...

-Sí, porque un hijo requiere de un montón de cosas para las cuales hay que estar a la altura y eso modifica los planes, produce cambios y es una experiencia extraordinaria.

Él vino conmigo los 45 días a Punta del Este y ayer volvimos de Mar del Plata. Ha visto varias veces la obra.

-Sos un actor que no tiene esos aires de divismo que muchas veces invita una profesión como la tuya...

-Es algo natural. Es más difícil cambiar o hacerse el que uno no es. A mí siempre me pareció que en mi barrio y en Buenos Aires me tenía que manejar igual, no podía hacerme el que no era. Me resulta más simple ir con lo que soy a todos lados.

-Y la delgada línea de la exposición es otro frente que tampoco cruzas....

-Porque me parece que no me ayuda a esta autenticidad a la que adhiero. Siempre que se enciende una cámara las personas tendemos a tener una postura. Y cuanto más conscientes somos de esos momentos y menos a diario lo vivimos podemos mantener mejor la transparencia.

-¿Cómo fue invertir los roles dirigiendo a Adrián Suar, que en algún momento fue tu jefe durante tus trabajos en televisión?

-Fue natural. Gracias a él y su actitud frente al trabajo, porque es alguien que tiene muy claro su oficio y respeto por el otro. Yo no tenía la ambición de dirigirlo porque con lo mío estaba muy bien, pero esa actitud hizo que fluyera juntos.

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