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Memoria, verdad y justicia

"Encontré mi identidad en la página 174 de un libro": Guillermo, su restitución y el mensaje para todos los nietos que faltan

Guillermo Roisinblit, su historia y su presente: "Soy un tipo absolutamente feliz. Que la tragedia no condicione a nadie a buscar su verdadera identidad".

por Manuela Fernandez Mendy

24 Marzo de 2024 10:10
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Aquel 27 de abril del año 2000 cayó jueves. La Selección había goleado a Venezuela la noche anterior y los titulares de todos los medios daban cuenta del avance de la ley de Reforma Laboral que intentaba llevar adelante un ya desgastado Fernando De la Rúa. Ese día, Guillermo tenía franco; pero a último momento su jefe de un local de comidas rápidas lo llamó para que cubriera a una compañera que estaba enferma. Llegó al trabajo como todos los días sin saber que a pocos metros, en la página 174 de un libro, iba a encontrar finalmente parte de su historia.

"Llegaron dos chicas, una con un bebé en brazos. Preguntaron por mí y dieron mi nombre completo. El de ese entonces, claro. Uno de mis compañeros les indicó quién era. No las conocía, ni tampoco sabía a qué venían. Como una tenía un bebé, el chiste entre mis compañeros era que me iban a anunciar una paternidad. Me pareció todo muy raro, así que cuando me dijeron que querían charlar conmigo les dije que no tenía tiempo", recuerda 21 años después Guillermo.

Una de las chicas que llegó al local era Mariana Eva, su hermana mayor. Ella tenía quince meses cuando un grupo de tareas de la Fuerza Aérea la secuestró el 6 de octubre de 1978 junto a su madre, Patricia Roisinblit, una estudiante de medicina que estaba a sólo cuatro finales de recibirse de médica, cursaba su octavo mes de embarazo y había sido la encargada de sanidad de Montoneros. A él le quedaban, de acuerdo a los médicos, todavía cuatro semanas para nacer.

Patricia y su compañero, José Manuel Pérez Rojo -quien también militaba en la columna oeste de Montoneros- habían pasado hacía poco tiempo a la clandestinidad. Él tenía un pequeño local en Martínez, una librería que oficiaba también de bazar -el lugar en el que lo secuestraron horas antes que a Patricia-. Se instalaron en el barrio porteño de Palermo y aguardaban el inminente nacimiento de su segundo hijo, a quien iban a llamar Rodolfo.

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Mariana Eva estuvo un día desaparecida, hasta que se la entregaron a unos primos paternos. "Mi madre iba en un auto, sacó la cabeza por la ventanilla y alcanzó a decir: 'Por favor, recíbanme a la nena que nos secuestran", declaró año más tarde ante un tribunal que juzgaba delitos de lesa humanidad. Pero ese no fue el último contacto de Patricia, quien fue trasladada junto a José a la Regional de Inteligencia de Buenos Aires (RIBA) en Morón.

Durante su cautiverio, pudo llamar en dos oportunidades a su madre Rosa, hoy vicepresidenta de Abuelas de Plaza de Mayo. "El primer llamado fue para pedir que la vacunaran a Mariana, pero era una mentira porque ya estaba vacunada. Fue una prueba de vida. En el segundo le dijeron a mi abuela que el parto era inminente y que se prepararan para recibir al bebé", destaca hoy Guillermo. "Sabían en dónde dejarme, sabían cómo encontrar a mi familia y no lo hicieron".

 

Desde ese entonces, Mariana no supo más nada de su hermano. Fueron casi 22 años de búsqueda. Dos décadas en las que Guillermo creció, vivió, lloró, amó, peleó y vivió una dura infancia atravesada no sólo por el robo de su identidad, sino también por la violencia doméstica que sufría su apropiadora. "No fue una infancia feliz, no fue tranquila; es como si mi apropiador se llevara el trabajo a la casa".

 

Guillermo tenía dudas en torno a la paternidad biológica de su apropiador, pero no sospechaba que podía ser hijo de desaparecidos. "Estaba en otra. Trabajaba para tirarme el sueldo en salir a bailar a San Miguel, era un pibe de 21 años. Me acuerdo que cuando llegaron las dos chicas al local fui muy asqueroso. 'Estoy trabajando, no puedo hablar con ustedes', les dije. Y ahí fue cuando mi hermana me preguntó si me podía escribir una carta. ¿Qué le respondí? Le dije: 'Hacé lo que quieras'. Así reaccioné".

-¿Cómo les llegó el dato a las Abuelas de que podías ser el hijo de Patricia y de José?

-Hubo dos llamados anónimos de una mujer que dio información: uno fue el 14 de abril y después otro el 21. No sé quién es, porque en Abuelas no se pregunta eso: lo que importa es la información que pueda aportar. No hay rastreadores de llamadas, ni nada. A mí me encontraron por la colaboración de la ciudadanía. Lo que mi familia sabía, por el relato de sobrevivientes, era que mi mamá dio a luz el 15 de noviembre de 1978 en la ESMA a un varón, al que llamó Rodolfo Fernando.

Mariana se apartó por un rato y escribió una carta. "Me la entregó adentro del libro de Abuelas en el que están todos los casos. La página estaba marcada en la de mis papás, pero en ese momento no vi el libro; sólo leí la carta. ¿Qué decía? 'Soy Mariana Pérez, hija de desaparecidos. Estoy buscando a mi hermano y podés ser vos'. Palabras más, palabras menos fue eso".

-¿Cuál fue tu reacción inmediata?

-Bajé la guardia y me acerqué a hablar con ella. Le pedí disculpas. Le dije que si yo hubiera perdido a un hermano estaría haciendo lo mismo que ella. Eso me lo acuerdo textual. También le dije: 'Mirá mi documento, no puedo ser tu hermano. Tengo otro nombre y otra fecha de nacimiento'. Me acuerdo que me miró y sonrió por mi ingenuidad. Ahí me pasó los teléfonos de su casa y los de las Abuelas. Nos despedimos y me fui a un entrepiso que tenía el local por mi descanso, porque al mediodía venía un batallón de gente a comer y hasta las cuatro de la tarde no paraba".

Guillermo seguía en shock. Su jefe, Osvaldo, no dudó en subir a ver qué había pasado. "Él era más grande que yo y vino para hacerme el chiste de si el bebé era mío o no. Le dije: 'Mirá, esto es un poquito más serio'. Cuando abrí el libro para darle la carta me encontré con las dos fotos de mis viejos. Eso fue lo que me volvió loco: ver una foto mía, pero en blanco y negro. Era idéntico a mi papá. Mi jefe se agarró la cabeza y miró el entrepiso. 'Esa chica es igual a vos, ¿no te diste cuenta? Y ahí me dijo algo que siempre reivindico: '¿Podrías seguir viviendo sin saber si tenés o no una hermana?'. Y no, la respuesta es que no se puede".

-¿Qué sentiste al ver las fotos de tus padres?

-Cuando abrí el libro y se abrió en la página que estaba marcada entré en shock. Primero, vi a una morocha muy linda. Y la segunda foto, repito, era como verme a mí en blanco y negro. Como que era yo, pero al mismo tiempo no era yo. Eso me impactó mucho. Abajo estaba la breve historia de cómo los secuestraron el seis de octubre y eso me aterró. Porque estaba viendo a mi mamá y a mi papá.

Ese mismo día, Guillermo llamó a Abuelas. Lo atendió Abel Maradiaga. "Es un tema difícil para hablar por teléfono, venite", le dijo. Llegó a las seis de la tarde y lo esperaban Estela De Carlotto, su hermana y Remo Carlotto. "Me acuerdo que cuanto más me acercaba, más ansiaba tener una hermana. Quería que esa piba fuera mi hermana. No me había dado cuenta hasta ese momento de lo parecidos que éramos, en mi cabeza algo había bloqueado. Algo raro había". Mariana, "esa piba", había quedado al cuidado de sus abuelos paternos, Argentina y José. Y en la sede de Virrey Cevallos 592 a Guillermo lo esperaba parte de su historia. Restaba hacerse el ADN, al que se sometió ese mismo día.

La confirmación de su identidad abrió otro capítulo: el vínculo con su apropiador Francisco Gómez, un ex personal civil de inteligencia y su esposa, Teodora Jofré; quienes lo apropiaron con sólo tres días de vida y se separaron cuando Guillermo tenía siete años. "Él era sumamente violento. Un tipo primitivo y muy básico. Intentó matar a su pareja. Me acuerdo que cuando tenía cuatro o cinco años yo le mordía la espalda para que dejara de golpearla".

El segundo secuestro de Guillermo duró tres días y fue para "aleccionar" a su mujer, quien había logrado escapar a San Luis junto al pequeño. "Una hermana de él nos ayudó, pero nos encontró allá", recuerda, al tiempo que analiza: "Creo que me encontraba por la inscripción al Consejo de Educación, porque vivíamos escapando, pero yo seguía yendo a la escuela. Por eso pasé por tantas primarias". Cada vez que Jofré intentaba escapar, Gómez la amenazaba con que iba a hacerle algo al chico. "A ella la ha llegado a apuntar con una escopeta adelante mío o ponerle un cuchillo en el pecho".

Después de siete años, Jofré logró que Gómez firmara los papeles de divorcio y el vínculo se espació cada vez más. "Antes de saber que era hijo de desaparecidos, lo único que me hacía ruido de mi historia era el desprecio de mi apropiador hacia mí. Era un tipo al que yo le recriminaba que se había divorciado, pero que no por eso tenía que separarse de mí. Estuvo siempre ausente", recuerda. "Una vez, le llegué a preguntar a mi apropiadora si lo había 'cagado' con otro hombre. Hice mal la pregunta y fui bastante desubicado. Me revoleó una ojota y no se habló más del tema. Esa fue la respuesta".

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Las dudas en torno a la paternidad de Gómez eran constatables hasta físicamente. "Él era oriundo de Misiones y de tez morena. Medía 1.72 más o menos y calzaba 41. Cuando era chico yo era rubio, mido 1.86 y calzo 46 y medio. Mis manos, mi nariz, ni mi sonrisa se parecían en nada a él. Llegó un punto en mi adolescencia en donde directamente ya deseaba no ser hijo de él".

-Tal vez por eso te impactó tanto la foto de tu padre y el parecido físico que sí tenés con él

-Totalmente.

-¿Cómo fue la relación con tu apropiadora, después de que el ADN confirmó que eras hijo de desaparecidos?

-Es un vínculo difícil de cortar y al mismo tiempo difícil de sostener. Me crié 21 años sin imaginar que no era hijo de ella. Durante dos décadas fue para mí mi mamá. Los primeros recuerdos que tengo están inundados de su imagen. El cariño que siento por ella lo veo como genuino, independientemente de que su cariño a la inversa haya sido un amor corrupto y viciado por la mentira. Es una situación muy tensa.

El mismo año en el que Guillermo se sometió al ADN, sus dos apropiadores fueron presos. "Él fue detenido en agosto del 2000 y ella un tiempo después, en marzo del 2001. Fue un proceso muy duro, muy doloroso y muy complejo. No me fue sencillo para nada. Imaginate que hasta el año 2006 yo seguí viviendo con mi apropiadora y custodiándola", reconoce a la distancia.

-¿Ella estaba al tanto de que eras hijo de desaparecidos?

-Según ella, no. Siempre quedan dudas de todas formas. Incluso él, cuando estaba preso, me aseguró que Dora no sabía nada. Pero no deja de ser fuerte y decepcionante a la vez. Hay una cuota muy grande de decepción. Enterarte de que las personas que a las que durante toda tu vida les dijiste 'mamá' y 'papá' no sólo no lo eran, sino que además uno mantuvo cautiva a tu madre. Empezás a sentir que nada es tuyo. La sensación más dura es que lo más normal del mundo, que es que un hijo quiera a su mamá, esté teñida y opaca, porque la devolución no es la misma. Ese amor está fundado en una gran mentira. Ahí es cuando pasás a ser un objeto, te sentís la propiedad de alguien. Alguien te retuvo porque eras algo. Por eso el concepto de 'nieto recuperado' me hace ruido.

-¿Qué te hace ruido?

-Porque es también de alguna forma "recuperar algo". Uno pasa a ser un trofeo, la última victoria por sobre los enemigos. No bastó con matarlos y desaparecerlos para impedir que se conviertan en mártires al darles una tumba. Te llevaste a su hijo como un botín de guerra, no se puede explicar de otra manera. Entonces, el supuesto amor que uno siente, se tiñe con la traición. Porque te traicionaron las personas en las que vos más confiabas.

Mientras Guillermo se reencontraba con su identidad, comenzaba la batalla judicial contra sus apropiadores. Gómez fue condenado en 2005 a diez años de prisión por el delito de apropiación. Pero el proceso no fue fácil. Desde su celda con privilegios VIP en el predio que la Fuerza Aérea tiene en Palermo, Gómez logró contactar en el 2003 a Guillermo y amenazarlo. "Me dijo que cuando saliera me iba a poner una bala en la frente a mí, a mi hermana y a mis dos abuelas". Esa fue la última vez que Guillermo vio a su apropiador, el próximo encuentro fue en Tribunales.

"Me acuerdo que le dije que necesitaba y necesito dejar a duelar a mis padres. Saber qué les pasó, quiénes son los responsables. Desde que supe quién era y hasta ahora vivo en un eterno y constante duelo. Esa era un poco la situación en la que me encontraba. Tenía mucho miedo por la amenaza de muerte. Él era un preso VIP y me recibió borracho en su celda. Me llamaban a la central telefónica de mi trabajo números desconocidos diciéndome que no me hiciera el ADN. Cosas como: 'Tus decisiones no te afectan solamente a vos, también están tus hijos y tu pareja'. Con la historia familiar que tengo, quiero ser el último desaparecido de mi familia. Me daba miedo por ellos. Tenía temor de declarar, pero por el otro lado la necesidad de aportar todo lo posible para que se investigara".

Entre amenazas, medidas judiciales revictimizantes y la confusión propia en la que estaba inmerso, Guillermo recordó poco a poco las visitas a RIBA junto a su apropiador, el mismo lugar en el que su madre cursó su último mes de embarazo y en el que tenía a Gómez como su carcelero. "Me dijo cosas brutales, como que la sacaba a caminar a mi mamá para que estirara las piernas. Incluso, me dijo que él me había apropiado para cumplir su palabra con mi mamá. Él sostiene que ella le dijo que me llevara y me cuidara. Si es mentira, es tremendo. Y si es verdad, más doloroso. Imaginate la situación en la que estaba mi vieja como para pedirle a él algo así".

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-No lo leí, no sé si algún día lo voy a poder leer; pero Miriam es como mi tía. Ella estuvo en mi parto y vio a mi mamá en Capucha (ESMA). La tenían en el cuartito separado que está antes del cuarto en el que tenían a las embarazadas.

-Mientras por un lado avanzaba la causa contra tu apropiador, también te reencontrabas con tu familia. ¿Cómo fue el proceso?

-Tener una hermana fue lo que me llevó a Abuelas el mismo día en el que ella vino a mi trabajo. Siempre tuve ganas de tener una hermana. Ella es una piba que sabe desde que tiene ocho años que su hermano fue robado por los militares y se encontró con un Guillermo al que le costó mucho asumir su historia. Estamos distanciados en este momento, por muchos motivos; pero eso aporta también una cuota de 'normalidad' que está buena. Ella sabe que yo estoy vivo y que existo. Yo sé toda mi historia gracias a la búsqueda de las Abuelas, a mis abuelas y a la de ella también. Tenemos toda la vida para arreglar lo que hoy tenemos roto y seguir adelante.

Mientras Guillermo se encontraba de un día para el otro con su historia, Rosa y Mariana se acercaban al "Rodolfo" que habían soñado durante 21 años, pero al que tampoco conocían. "Guillermo reaccionó primero muy bien, todo muy lindo; pero cuando la Justicia citó a los apropiadores, los indagó, los procesó y los metió en la cárcel, ya a él no le gustó tanto. Tuvimos una charla. Yo tuve que empezar a conquistar el cariño de mi nieto. Me llevó quince años conquistar su cariño. Fue una lucha de paciencia, de someterme. Lo llamaba por teléfono, él ya sabía que era mi nieto y me decía: '¿Para qué me llamás? Yo no quiero saber nada de vos'. Pero él nunca me cortó. Así que con mi santa paciencia, lo seguí llamando, hasta que un día se me ocurrió preguntarle: 'Decime, Guillermo, a esa señora a quien vos llamás mamá, ¿es mi hija?'. Y bueno, él hizo un click en ese momento y se dio cuenta de que ante la verdad él no podía hacer nada y la aceptó", reconoció tiempo atrás Rosa.

"La causa por mi apropiación cae primero en el juzgado de Servini de Cubría y eso empezó a tensar mucho las relaciones con mi familia. La jueza no ayudaba mucho, me revictimizó. En alguna que otra oportunidad hubo medidas procesales que eran muy difíciles de aceptar, como por ejemplo que te vengan a buscar en un patrullero para dar una testimonial sin haber sido citado. Había medidas que me hacían endurecer. No quería hablar con mi familia. La culpaba a mi hermana porque fue la que me había venido a buscar. La relación con mi abuela Rosa se tensó. Mantuve el vínculo con mi abuela Argentina", recuerda a la distancia Guillermo.

Me acuerdo que me llamaba Estela y yo la insultaba. ¡Imaginate, pobre Estela! Era muy difícil todo"

-¿Cómo recordás ese proceso a la distancia?

-Estaba muy enojado. Muy. Me acuerdo que me llamaba Estela y yo la insultaba. ¡Imaginate, pobre Estela! Era muy difícil todo. Eso duró aproximadamente hasta principios del año 2003, que la causa cambió de juez y la tomó (Jorge) Ballestero. La situación cambió enormemente porque fue la primera persona del Poder Judicial que por primera vez me preguntaba cómo estaba, qué sentía y qué necesitaba. Mi hermana me ayudó mucho, a pesar de que yo la trataba de apartar. Estuvo siempre ahí bancando mis malos tratos. Creo que era más fácil enojarme con ella y no con mis abuelas, por un tema de edad. Así que en el 2004 la Justicia me devolvió mi identidad y mi deseo de conservar el nombre Guillermo. Todo ese proceso que duró cuatro años fue terrible, no quería saber nada con mi historia. No se trataba solamente de asumir que... vos no sos vos; sino que las personas a las que llamaste toda tu vida mamá y papá no lo son. También es difícil de aceptar que sos hijo de dos personas a las que no vas a poder conocer. "¿Qué tiene de bueno ser hijo de desaparecidos? No tengo ni una tumba para llevarles flores", le decía a mi hermana. Esas barbaridades le decía. También es cierto que las anécdotas y lo que me contaban alcanzaban hasta un punto.

-¿Por qué preferiste mantener el Guillermo?

-Fue toda una discusión con Ballestero. A mí no me gustaba el nombre Rodolfo y me sentía identificado con Guillermo. Me acuerdo que él me dijo: 'Bueno, hay muchas personas que viven toda su vida con un nombre que no les gusta, pero es el nombre que les pusieron sus padres'. Así que ahora tengo una identidad eterna: tres nombres y dos apellidos. No entra en ningún formulario (ríe).

-Tal vez el sostener el Guillermo era tu forma inconsciente de decirles a tus abuelas y a tu hermana: "También viví estos 21 años, no soy el Rodolfo que idealizaron"

-Puede ser (ríe), nunca lo había pensado de esa manera. Lo voy a llevar a mi terapia.

A lo largo de la charla, Guillermo pasa de la seriedad a manejar con precisión quirúrgica una exquisita y justa dosis de humor negro. Aborda su historia una y otra vez. Pero su voz cambia al hablar de ella, de Cintia, su compañera desde hace 19 años. La misma chica que conoció en 1999 porque iba a la escuela justo en frente de su casa y les pidió a sus amigos -que eran los compañeros de la chica que le gustaba- que los presentaran. "Tuvimos un chape de unos 15 días ese año, pero nos reencontramos en el 2002", recuerda.

El reencuentro llegó en un momento bisagra en su vida. "Me aferré mucho a ella, no hubiese podido hacer todo esto sin mi mujer. Estoy y sigo profundamente enamorado de ella, pese a que llevamos muchos años juntos. Si llegué hasta acá es porque tuve una compañera como Cintia. Incluso al día de hoy ella se burla y me dice: 'Hasta te mandé a estudiar'. Y es cierto. Me recibí de abogado porque ella me insistió para que me anotara en la facultad".

-Abogado, como tu papá...

-Mi papá estaba estudiando abogacía y tuvo que dejar la facultad cuando le faltaban ocho materias porque entró en la clandestinidad. Mi abuelo Benjamín también iba a ser abogado. Tenía en mi historia familiar abogacía por todos lados, pero yo no lo sabía. A los 16 años decidí que quería ser abogado, mucho antes de enterarme de todo esto. A mi vieja le faltaron cuatro finales, no cuatro materias, para recibirse de médica. Me acuerdo que cuando me faltaban cuatro finales para recibirme, empecé a sentir algo raro. Cuando me quedaba sólo una materia para recibirme, me bocharon cuatro veces y jamás pedí cambio de mesa. Hasta que me recibí.

-Casi como si te costara superar lo que a tu mamá no le permitieron terminar

-Totalmente. El 'superar' a los padres, el superarlos con el título, el superarlos en edad, el superarlos cuando... cuando pude tener a mi segunda hija en mis brazos.

Guillermo y Cintia son papás de Nacho (13), Cata (10) y Helena de cuatro años. "Cuando me enteré de todo esto, sentí la necesidad de tener una familia; de construir algo propio. En aquel momento no me sentía parte de nada, porque la familia con la que yo me había criado era una mentira y no conocía a mi nueva familia. Cintia me dio la posibilidad de convertir dos en tres".

-¿Te acordás cómo fue el nacimiento de Nacho?

-Sí, porque son esos momentos en donde la ausencia se siente mucho más todavía. Me acuerdo que estaba en el pasillo y pensaba que en las películas uno siempre ve al papá rodeado de sus padres. Yo estaba solo en el pasillo para entrar a quirófano. Cuando nació, no lo pude tener en brazos por unos días, sólo me animaba a tocarle la cabecita. Me era casi imposible no sentir que era él. Fue duro verme reflejado, porque lo veía a él y me imaginaba a mí así de chiquito; mientras imaginaba a mi papá en mi lugar. Nunca supe si me llegó a conocer, ni si me pudo tener en brazos. No sé si cuando volvemos con mi mamá (de la ESMA a RIBA) él estaba o ya lo habían asesinado.

-El nacimiento de Catalina también debe haber sido muy movilizante

-Volvemos un poco a la superación de la que hablábamos hace un rato. Fue muy fuerte porque con Cata tuve la posibilidad de tener en mis brazos a mi segundo hijo. Me acuerdo que cuando tenía tres días, la miraba tan chiquita y no podía dejar de pensar en que yo tenía tres días cuando me sacaron de los brazos de mi mamá. Además, cuando nació Catalina yo había hecho un cambio muy grande. Estaba a muy poquito de empezar a estudiar en la universidad, me había vuelto dirigente gremial y representaba a mis compañeros. Daba testimonios en las escuelas contando lo que me había pasado, hablando de la lucha de las Abuelas y del Golpe.

-Hubo como un acercamiento a la militancia de sus padres

-Sí, a la distancia me voy dando cuenta de eso. No es que de repente uno tiene un lavado de cabeza o que hay un adoctrinamiento de Abuelas. De hecho, me mantuve durante muchísimo tiempo apartado y hasta si se quiere desde la vereda de enfrente. Fue la vida la que fue llevándome hacia el lugar que yo sentía que tenía que estar. Pasé de trabajar en la Fuerza Aérea a pasar a un programa de regularización nominal, que consistía en urbanizar las tierras del Estado, cotizarlas a un precio social y luego escriturarlas. Fue un trabajo territorial que me acercó a una realidad que no veía, mucho más cruda y distinta. Encontrarme con tanta gente que militaba no sólo por la regularización de sus casas, sino por tantos otros derechos. De repente me encontré con los referentes barriales y terminé siendo referente sindical de mis propios compañeros y lo digo con orgullo, porque fueron tres períodos consecutivos. Empecé a sentir que estaba más cerca de quien debería haber sido.

Durante esos años, la Justicia avanzó y Gómez salió en libertad en el 2007. Seis años más tarde lo volvieron a detener, esta vez por el secuestro y las torturas de José y Patricia. El 8 de septiembre del 2016 llegó la condena a 12 años de prisión, en el marco del juicio por los crímenes de la Regional de Inteligencia de Buenos Aires y dos años más tarde solicitó el beneficio de la prisión domiciliaria, al tiempo que anticipó por escrito que reclamaría el 2x1, algo que en agosto de ese mismo año le fue negado.

-¿Cómo viviste la masiva movilización contra el beneficio del 2x1 a genocidas?

-Fue tremendo y emocionante sentir ese acompañamiento. Cuando marchás por el 24, te encontrás con otras personas. Pero la gente que marchó contra el 2x1 no era la misma. Es un hito histórico porque no existe ninguna otra manifestación masiva de la sociedad en la que se haya repudiado un fallo de la Corte Suprema. Lo más parecido fue con el tema de los indultos. No nos olvidemos tampoco de que hubo un tiempo en el que el discurso de una porción de la sociedad era que los derechos humanos habían sido cooptados por un determinado sector o partido político, como era el Frente para la Victoria. Se intentó arrinconar a la sociedad, planteando que los derechos humanos eran de una bandera o de otra. En ese momento, la gente salió de esa trampa en la que la habían metido algunos comunicadores y formadores de opinión, y salió a marchar porque entendieron que el 2x1 a los genocidas era una enorme injusticia que no iban a permitir. No les importaba la bandera partidaria. Estábamos hablando de una injusticia y salimos todos. Fue un mensaje súper poderoso. Tan poderoso que se dictó una ley en 24 horas, en el marco de un gobierno que sostenía que los derechos humanos eran un "curro".

Guillermo es Guillermo; con la historia que heredó, la historia que le robaron, las mentiras con las que lo criaron y la familia que construyó junto a Cintia, su compañera. "Soy un tipo sumamente feliz", destaca sobre el cierre de la charla. "Me la paso jodiendo, hinchando las bolas. Estoy feliz por la persona en la que me convertí. Sufrí muchísimo, pero si me das a elegir mi vida, la vuelvo a elegir así; con cada uno de los dolores y sin sabores, en especial desde el 2000 para acá. Soy sumamente feliz. Lo refuerzo porque no quiero que la tragedia condicione a nadie a no buscar su verdadera historia. Lo peor de enterarse de que sos hijo de desaparecidos es que lo peor, valga la redundancia, ya pasó. La vida sigue y ese es el mensaje".

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