14 Octubre de 2018 08:59

Esta mañana, Óscar Arnulfo Romero, arzobispo de El Salvador, fue declarado santo por el papa Francisco, coronando un camino que comenzó hace casi 90 años, en 1930.
Romero fue asesinado en 1980, a los 62 años.
En aquel entonces, con sólo 13 años, Romero entró al seminario menor de la ciudad salvadoreña de San Miguel. Siete años después, continuó sus estudios en el Seminario de San José de la Montaña de San Salvador para luego viajar a Roma a estudiar teología en la Pontificia Universidad Gregoriana hasta que, el 4 de abril de 1942, fue ordenado sacerdote con 24 años.
Su constante trabajo en parroquias de diferentes partes del país fue recompensado en 1974 con su nombramiento como obispo de la diócesis de Santiago de María y, tres años después, como arzobispo de El Salvador.
"El gobierno no debe tomar al sacerdote que se pronuncia por la justicia social como un político o elemento subversivo, cuando éste está cumpliendo su misión en la política de bien común", supo declarar en aquel entonces, ya dejando en claro cual sería su postura casi al mismo tiempo que su país elegía como presidente al general Carlos Humberto Romero, que apenas días después de su nombramiento apagaría una manifestación dejando decenas de muertos y desaparecidos.
La Iglesia salvadoreña ya se había convertido en blanco del gobierno durante la presidencia anterior, al mando de Arturo Armando Molina, quien en las semanas previas a abandonar el poder apresó y expulsó del país a tres sacerdotes.
Romero fue nombrado arzobispo en 1977.
La escalada violenta, ya con Carlos Humberto Romero al poder, estalló con el asesinato del sacerdote Rutilio Grande, amigo cercano del arzobispo Romero, quien decidió celebrar una multitudinaria misa en su honor.
Homilías de denuncia
Ese fue el punto de no retorno para el religioso, que desde sus sermones comenzó a denunciar la represión militar del gobierno contra sacerdotes, campesinos y obreros, la cual incluía la acción de escuadrones de la muerte y desapariciones forzadas de personas a cargo de las fuerzas de seguridad salvadoreñas.
La estatua de monseñor Romero en la abadía de Westminster, en Londres.
"Existen entre nosotros los que venden el justo por dinero y al pobre por un par de sandalias; los que amontonan violencia y despojo en sus palacios; los que aplastan a los pobres; los que hacen que se acerque un reino de violencia, acostados en camas de marfil; los que juntan casa con casa y anexionan campo a campo hasta ocupar todo el sitio y quedarse solos en el país", supo declarar Romero al recibir el doctorado honoris causa de la Universidad Católica de Lovaina en febrero de 1980.
El peligro, sin embargo, le rondaba cerca: a apenas un mes de aquel discurso, una bomba dentro de un portafolios fue hallada debajo del altar mayor de la Basílica del Sagrado Corazón de Jesús.
Y desgraciadamente el segundo intento de atentar contra su vida sería fatal: el lunes 24 de marzo de 1980, monseñor Romero -de 62 años- fue asesinado mientras celebraba una misa en la capilla del hospital Divina Providencia, con un disparo lanzado por un francotirador desde un auto.
"Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la Ley de Dios. Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla", había expresado en el sermón que brindó el día antes de su muerte. "Queremos que el gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre. En nombre de Dios pues, y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: cese la represión".