19 Junio de 2025 11:39

Una escena salida de una pesadilla. Así describen los efectivos policiales lo que encontraron en una humilde casa del barrio Dorrego, en Guaymallén, Mendoza. Allí, detrás de una puerta cerrada con recelo y un humo espeso que alertó a los vecinos, yacían los restos descuartizados y calcinados de un hombre. La víctima fue identificada como César Darío Rodas, y la presunta autora del crimen, Adriana Valeria Suárez, no solo estaba dentro del domicilio: cumplía prisión domiciliaria por robo agravado.
La secuencia es tan perturbadora como brutal. Todo comenzó cuando un hombre, hermano de la víctima, se presentó desesperado en la Comisaría 44º. Llevaba en su celular una serie de imágenes que su ex cuñada le había enviado por WhatsApp. En ellas, se veían los restos calcinados de un torso humano. Era su hermano. Según relató, Suárez incluso le confesó el crimen y lo justificó con una acusación escalofriante: Rodas habría intentado abusar de una de sus hijas.
La policía acudió de inmediato a la vivienda de calle Adolfo Calle al 1900. Suárez se negó a abrir. Hubo que esperar una orden de allanamiento. Recién pasadas las 23 horas, ingresaron. Lo que hallaron fue una escena de horror: partes humanas calcinadas, desmembradas, presuntamente quemadas en una parrilla. La mujer fue detenida y puesta a disposición de la fiscal de Homicidios Andrea Lazo. En la casa también arrestaron a dos hombres con antecedentes penales.
En el lugar del crimen vivían, además, cuatro menores de edad, quienes debieron ser asistidos por el Equipo Técnico Interdisciplinario. Mientras tanto, los vecinos confesaron haber visto humo denso durante la tarde y haber percibido "un olor insoportable", sin imaginar lo que estaba ocurriendo puertas adentro. Adriana Suárez, de 41 años, no es ajena al delito. Entre 2012 y 2019 fue condenada por robos agravados a mano armada, incluyendo una violenta entradera a un matrimonio de jubilados en Carrodilla. En aquel momento dijo haber delinquido "para pagar una deuda de drogas". Gracias a embarazos, beneficios judiciales y una cadena de libertades condicionales, logró evitar la cárcel efectiva en varias oportunidades, hasta que terminó bajo arresto domiciliario. Pero ni esa medida evitó el crimen.
El asesinato de César Rodas deja más preguntas que certezas. ¿Fue un acto de justicia por mano propia? ¿Una reacción frente a un presunto abuso? ¿O una ejecución premeditada encubierta por una excusa desesperada? Lo cierto es que no hay pruebas confirmadas de la acusación contra Rodas, y las pericias, por ahora, no logran corroborar el relato de Suárez. Lo que sí está claro es el fracaso estrepitoso del Estado en todos sus niveles.
Una mujer con un amplio prontuario, condenada por delitos violentos, convivía con menores de edad y otros delincuentes bajo un régimen de prisión domiciliaria sin controles efectivos. ¿Quién debía vigilarla? ¿Quién se hizo cargo del entorno en el que vivían esos niños? ¿Qué garantías de seguridad tienen los vecinos?