por Alejo Paredes
04 Junio de 2025 08:25
La esquina de Belgrano y Piedrabuena se encendió este martes por la noche con una luz que no alumbra, pero quema: la de las velas encendidas en memoria de Millaray Cattani. Flores, fotos, carteles, lágrimas contenidas y un silencio tan profundo que grita. En el marco de una nueva jornada del "Ni una menos", la comunidad de Puerto Deseado volvió a abrazarse para pedir justicia por la adolescente que no pudo gritar, que no fue escuchada, y que murió sola con un dolor demasiado grande para sus 15 años.

La velada no fue un acto más. A días del inicio del juicio oral que podría poner fin a una impunidad que lleva años, familiares, amigos y vecinos acompañaron con un gesto sereno pero desgarrador: permanecer en silencio. Porque cuando el silencio fue lo que rodeó a Millaray durante dos años, ahora ese mismo silencio será una forma de decir basta. Un homenaje que también es reclamo.

Millaray tenía 13 años cuando comenzó a vivir el infierno. Fue víctima de abuso sexual durante dos años. Lo ocultó. Calló. Cargó con esa cruz en la espalda hasta que no pudo más. En abril de 2021, tomó la decisión de quitarse la vida. El impacto fue demoledor. La comunidad entera se paralizó. Nadie entendía qué podía haberla llevado a eso. Hasta que, entre sus cuadernos, su familia encontró una frase devastadora: "Me duele mucho lo que me hizo Gustavo".

Luego, todo comenzó a caer como fichas de dominó. Sus amigos hablaron. Contaron. Y el horror se reveló. Allí comenzó otro dolor: el del camino judicial. Lento, frío, laberíntico. El de la revictimización constante, de las esperas que duelen, de las pericias que interrogan a una víctima que ya no puede defenderse. Fue necesaria una autopsia psicológica —una de las primeras realizadas en Santa Cruz— para reconstruir su calvario.

Buscaron respuestas en sus pertenencias, en sus palabras escritas, en sus gestos diarios, en los testimonios de quienes la conocieron. "No contábamos con el relato de Millaray", explicó la abogada Rocío Marsicano. Entonces la ciencia habló por ella. Y lo que dijo fue tan claro como devastador. Hoy, después de cuatro años, la causa llegó a juicio. El 25 de junio comenzará el proceso en Caleta Olivia. Hay un acusado por abuso sexual agravado por acceso carnal.

La pena podría ir de 6 a 15 años de prisión. Pero lo que se juega va más allá de un número. Se juega el valor de la palabra de una víctima que ya no está. Se juega la dignidad de una adolescente a la que no supimos cuidar. Se juega, también, el mensaje a todas las "Millaray" que hoy todavía callan por miedo, por vergüenza, por desesperanza. La velada silenciosa fue, entonces, mucho más que un acto simbólico. Fue un grito colectivo que emergió desde el dolor.

Se trató de una forma de transformar la pena en potencia, como repiten quienes levantan la bandera del "Ni una menos" desde hace ya una década. Ese movimiento que nació en las calles con la furia de lo urgente, pero que también se expresa en la serenidad de una comunidad que se niega a olvidar. Millaray no murió por decisión propia. La empujaron al abismo de la violencia, el silencio, la indiferencia. Por eso, el martes a las 20, cada vela encendida fue una promesa: la de no callar más, la de no dejar sola a ninguna víctima, la de exigir justicia hasta que la justicia llegue. Porque aunque ella ya no esté, su nombre sigue siendo bandera y porque Millaray Cattani seguirá presente. Ahora y siempre.