por Alejo Paredes
01 Mayo de 2025 12:06
El Estado parece haberse achicado tanto que ya cabe dentro de un grupo de WhatsApp. La última purga dentro del Gobierno de Javier Milei fue ejecutada, una vez más, no por un ministerio ni por una auditoría interna, sino por la presión tuitera de un influencer con llegada directa al Presidente. Esta vez la víctima fue Alberto Pascual, jefe del PAMI en Junín, removido tras una escaramuza digital con una militante libertaria despechada. El hecho expuso, una vez más y con crudeza, el funcionamiento informal, caprichoso y caótico de un gobierno cada vez más comandado por fanáticos, códigos internos, trolls, asesores todopoderosos y venganzas personales.
Pascual era algo más que un simple delegado del organismo en una localidad bonaerense: era también uno de los armadores políticos de La Libertad Avanza en la cuarta sección electoral, con línea directa a Sebastián Pareja, operador clave del oficialismo en la Provincia. Pero su pecado fue tocar a la persona equivocada: expulsó del espacio local a Marina Biagetti, influencer tiktokera, ferviente militante del espacio "Las Fuerzas del Cielo" -la corriente que responde a Agustín Romo y justamente al amedrentador de fotógrafos Santiago Caputo- y habitué del streaming libertario "La Misa", la nave insignia de la programación de Carajo.
La respuesta no se hizo esperar. Biagetti hizo público su enojo en X (ex Twitter), mostró capturas de grupo y acusó persecución por su filiación libertaria "equivocada". Acto seguido, entró en escena el siempre vigilante Daniel "Gordo Dan" Parisini, ex empleado del Garrahan, influencer presidencial no oficial pero con más poder de fuego que muchos ministros. Anunció que "tomaría cartas en el asunto". Y lo hizo. Horas más tarde, Pascual estaba afuera. No es la primera vez. Ni será la última. Dan ya había influido en la eyección del subsecretario de Deportes Julio Garro por criticar a Messi, y en la caída del secretario de Agricultura Fernando Vilella.
Esto último, es decir, la salida de Vilella, sucedió por un simple "Me gusta" a un tuit de Martín Lousteau. La lógica es tan simple como siniestra: si no encajás con la línea de pensamiento dominante -la de Karina, Javier, Santi Caputo o algún streamer aliado-, sos eyectado. No importa si trabajás, si cumplís, si tenés experiencia. Importa si gustás. Si callás. Si obedecés. En cualquier otro país, la remoción de un funcionario por la queja pública de una influencer -sin mediaciones institucionales- sería un escándalo. Aquí, es rutina. La gestión pública se degrada al ritmo de posteos cruzados, memes con espada y castigos digitales que se traducen en despidos reales.
Lo que comenzó como una "revolución liberal" se parece cada vez más a un reality de fidelidad ideológica. Biagetti no es una figura menor dentro del microcosmos libertario de las Fuerzas del Cielo: fue noticia en marzo por haber despedido a un empleado de su librería en Junín por haber asistido a una marcha contra el Gobierno. La joven lo hizo por audio de WhatsApp al día siguiente. Su justificación fue más performática que legal: ella también había estado en la marcha, pero para burlarse. Ese desprecio por el otro, por la disidencia, por los derechos básicos, parece ser la médula de un poder que ya no distingue entre administración y fanatismo.
La política, en este esquema, es guerra cultural a tiempo completo. Las decisiones no pasan por la gestión ni por los resultados, sino por la lealtad. No hay políticas públicas, sino castings de ortodoxia. No hay funcionarios, sino soldados. Y no hay reglas, sino algoritmos emocionales. El problema ya no es solo quién gobierna, sino cómo gobierna. Y lo que hoy se gobierna no es un club de fans ni una comunidad digital: es un país. Con jubilados que dependen del PAMI, con trabajadores que quedan a merced de decisiones tomadas entre selfies, insultos y emojis de fueguito. Cada funcionario que cae por tuitazo, cada expediente que se tramita por DM, cada grupo de WhatsApp que decide una política pública, es un paso más hacia el vaciamiento institucional. Argentina no se está achicando: se está disolviendo en likes.